12 marzo, 2006

Men In Masks: 'Santo' Et Alter


Oriundo de Hidalgo, México, Rodolfo Guzmán Huerta (1917-1985) tuvo en suerte pasar a la posteridad como 'Santo, El Enmascarado de Plata'. En lo que fuera la época dorada de la lucha libre mexicana, Santo fue el más distintivo de los luchadores enmascarados. A poco de iniciar su carrera, el avispado ojo de un editor de fotonovelas requirió su creciente carisma para incluirlo como parte de una serie de publicaciones semanales del género, punto desde el cual tuvo relativamente allanado el camino para sus apariciones en filmes de bajo presupuesto. Fue así que en 1961 Santo hizo su aparición en dos películas: 'Santo Contra Los Monstruos' y 'Santo Contra El Cerebro Del Mal'. Desde entonces y por todo lo que duró su extensa carrera (concluída con 'La Furia De Los Karatecas', a la respetable edad de 65 años), Santo se convirtió en el dominador más completo de volatines, patadas, llaves y puñetes, poniendo muchísimas veces en evidencia que ni el intenso calor del trópico, las piscinas, las duchas o las malas artes de sus eventuales enemigos (entre los que se contaron desde otros villanos del ring hasta Moctezuma y las Momias de Guanajuato, pasando por Drácula, Frankestein y por supuesto, el siempre maligno Dr. Morris) hicieron sucumbir el inextricable arcano de su identidad secreta.
Mis hermanos y yo conocimos a Santo en la provincia, seguramente en alguna tarde de matinée cinemera en el cine-teatro Chincha. En esos días, la casa en la que vivíamos (la cual iba de un frente de la calle hasta el frente de la calle de atrás) no sólo era contigua al cine en su parte posterior (lo cual facilitaba nuestra audición con el sólo retiro de un ladrillo de la pared, que era medianera) sino que además, por la amistad de mi padre con el administrador de las cadena propietaria de todas las salas de Sur Chico, disponíamos de un pase que nos permitía ver películas -literalmente- todos los días (de esos tiempos viene la afición de mi hermano Alfredo, Papi, quien se haber mantenido los detallados registros que empezó a llevar en su libreta, con toda seguridad hoy tendría recopilados más datos que la propia IMDb).
Cuando estábamos alrededor de la docena de años, Chicho, Alfredo y yo pasábamos por el expediente de que El Doctor (o sea, mi papá) nos zambullera la cabeza bajo un chorro de agua y nos peinara de un solo golpe de peine todo-para-atrás (de ahí me quedó la costumbre de preguntar cada vez que veo a alguien con peinado de esa manera, con chinchanísimo estilo, '¿Qué?... ¿te vas al cine?'). Este conocimiento de las películas de Santo y de su eterno adú Blue Demon no alcanzó a mis contemporáneos limeños en razón de que el circuito de ese tipo de películas en Lima se circunscribió fundamentalmente a las salas de barrio, menos concurridas por ellos que las salas de estreno.
Santo y la corte de enmascarados no sólo eran los caballerosos luchadores que en los rings vencían a los peleadores llamados rudos (siempre in extremis, vale decir, cuando las probabilidades apuntaban a derrotas más que seguras), sino que también, ayudados por doblajes sobrios y engolados, se daban tiempo para conquistar los corazones de mexicanas piernonas y, las más de las veces, sospechosamente rubias. Como en un fabuloso cameo, en 'El Misterio De Las Bermudas' (1973), Santo apareció luchando contra la maldad extraterrena junto a los míticos Blue Demon, Tinieblas (máscara color oro, con una malla negra sobre parte del rostro), Rayo de Jalisco, además de un curioso partenaire llamado Mil Máscaras, llamado así por la increíble velocidad con la que cambiaba sus ídems entre pelea y pelea (sobre esto, abro paréntesis, entre mis hermanos hasta hoy existe la fundada hipótesis de que este cronista hacía lo mismo a la hora de cambiarse los calzoncillos, razón por la que hasta el día de hoy vengo a ser algo así como el Mil Calzoncillos de la casa). Desde esos días hasta que la fiebre fuera recogida en estos lares por 'Los Colosos Del Catch' (en el coliseo del Puente del Ejército, primero, y en el coliseo 'Amauta' después) me consta que nunca se vio tal dream team convocado de modo simultáneo. Y siempre, desde luego, comandados por el labión caballero de la máscara de plata, el buenazo de Santo.
¿Dónde radicaba el misterio que nos mantuvo por años como convencidos fans de Santo? Mi hermano Alfredo alguna vez ensayó una respuesta. La platea del cine Chincha -desde la aparición del imponente Cine Inca, ubicado en la Plaza de Armas- era progresivamente más accesible a la presencia de la gente del campo que pasaba sus tardes en el centro, de modo que hubimos de compartir muchas funciones con estos (a nuestro juicio) advenedizos muchachos que no conocían de la larga, invicta y distinguida trayectoria del héroe al que le pluralizaban impíamente el sobrenombre (para ellos no era Santo: era Santos). Una vez, cuenta Alfredo, oyó a un muchachito sentado detrás de nosotros preguntarle al de la silla vecina 'Oye... ¿Santos siempre gana, no?...'. La respuesta del vecino, categórica e inapelable, fue la siguiente: 'Sí. Santos siempre va a ganar... ¡porque jamás se cansa!'.
(Pienso que es una gran ventaja escribir crónicas, especialmente si son acerca de momentos tan gratos de una niñez ya bastante lejana. La sonrisa aflora porque en el tintero se quedan los volatines ensayados luego de las matinées, el sabor del pan con salchicha de Huacho que se compraba invariablemente a la salida en la apacible tarde-noche chinchana, la gozosa expectativa de la próxima misión de Santo y sus amigos, los enmascarados. Eso, y seguramente también, las ganas de ponerse una máscara plateada y agarrar a contrasuelazos a este mundo tan pérfido, y hacerle pedir chepa con tres movimientos de brazo para que no nos siga birlando de a poquitos todos los héroes).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonito tributo a un verdadero idolo de las continuadas.
Nuestro querido "Santos" murio en su ley: ya retirado del ring, sufrio un paro cardiaco durante la representacion vodevilesca de una lucha. Al día siguiente fue enterrado en Mausoleos del Angel, con la máscara puesta, que, según decía la leyenda, no se quitaba ni para bañarse, comer o hacer el amor. Dicen que su féretro fue cargado por luchadores, que a empujones se abrieron paso entre una multitud de más de 10 mil personas, que lo despidió al grito de guerra de "¡Santo-Santo-Santo!"