27 enero, 2010

Años


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- Rimayqullaqui, mamita. Maimanta jamunqui?
- Ayaq'uchu, doctor...
- A ver, pasa. ¿En qué te puedo servir?
- Wacta tullu enferma, doctor...
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Y a veces nos hacía pasar desde el cuarto tras el consultorio -éste invariablemente ordenado con la camilla hacia la izquierda y el escritorio en el fondo-. "Miren con atención", decía, mientras diestramente tomaba las tijeras que sacaba chorreando del esterilizador. Y si era un niño el paciente y éste decía "¡Au!", el Doctor decía un "¡Ya, ya va a pasar!" que no tranquilizaba, mientras la tijera actuaba y el niño mirándonos y nosotros ahí, perplejos y sin poder hacer nada. "Pásame el tambor de los algodones" entonces decía y alguno de nosotros obedecía, abriendo el cilindro metálico y brillante que tenía sobre una mesita. Sobre una de esas bandejas curvas tenía el hilo y las agujas. "¡Ya, ya falta poco!" decía, mientras al niño se le llenaban los ojos de lágrimas mordiéndose los labios. Cada puntada debía doler como mil diablos. Nosotros mirábamos al Doctor. Él era tan diestro...
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- ¡Tita, ya vengo!
- Voy. ¿Dónde vas?
- A ver un enfermo en Grocio Prado. ¿Quieres venir?
- Voy.
Y Tita iba.
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"Ha muerto." dijo en la tercera mañana más triste de su vida. "Levántanse.". Y como antes en su consultorio, acudimos. De nada valieron sus años, su experiencia. De nada el haber salido tantas y tantas veces airoso frente a la muerte. Cuando todos dejamos de llorar, salimos al patio a verlo. Su índice derecho señalaba a los peones en qué parte de la chacra se estacionarían los autos durante el velatorio. Subió los peldaños ágilmente. Bebió de un sorbo su té.
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¿y esta ensoñación? ¿este sillón y estos muebles? el mundo mudo. mudo chaplin, mudo buster keaton... ¿me conoce? en qué puedo servirla, dígame señora. siéntese aquí. ¿y estas manos? "son tuyas pues, viejo", me dice y yo le sonrío. ¿y dice que sé quién es ud. señora?... ¡sí! ¡juro a dios que lo sé! ¿sabe? sus ojos verdes son inolvidables. son inolvidables, señora...
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