24 diciembre, 2008

Historias De Navidad Del Tío Carlitos

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Caminaba con Santiago mientras él abrazaba el paquete con el regalo de la primera navidad en la que Papá Noel no va a llegar a visitarnos. Procuré explicarle la razón de ello del modo más lógico posible: en casa no tenemos chimenea, de manera que había recibido el aviso de que debido a una dolorosa artrosis de cadera, Papa Noel este año no podría encaramarse hasta el balcón de nuestro tercer piso. No me dijo nada pero su rostro lo iluminaba todo. Caminando, sin decirme nada, me abrazó muy fuerte . ¡Pobre de mí!, ¿y cómo hago ahora para explicarme del modo más lógico posible que Papá Noel he sido siempre yo?.
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Juan Pablo es hijo de Tania. Ellos padecieron Lima por casi un año en el piso de arriba. Santiago y Juan Pablo estudiaban juntos en el nido de la Miss Amparito y hubo algunas tardes en las que Tania y Julian salían y Juan Pablo se quedaba con nosotros. Recuerdo especialmente una tarde de ésas: Santiago refunfuñaba en su cuarto por no sé qué cosa, mientras yo intentaba empezar una siesta. “Carlos…”, oí una vocecita, “¿Me puedo recostar aquí?”. Abrí los ojos y vi a Juan Pablo en el borde de mi cama. No esperó mi respuesta, pues él ya estaba echándose en el otro rincón de la cama, quedándose dormido a su más infantil discreción. Algunos años después he vuelto a ver a Juan Pablo allá en su casa en Tabio. Dejé mi maleta en su habitación y apenas él llegó del colegio, le pregunté: “Juan Pablo… ¿puedo usar la litera de arriba de tu camarote?”. No me contestó y puso esa cara de felicidad que uno pone cuando reencuentra al buen amigo con quien comparte alguna de las siestas más felices.
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Estábamos tres o cuatro de nosotros en el cuarto de la actriz, arreglando torpemente no sé qué radio reloj despertador de números grandes. Ella dormía sobre un colchón en el piso y estaba tapada con un cubrecama de color verde limón. El ruido era inevitable de modo que -enfurruñada- se levantó arrastrando consigo el cubrecamas en dirección a la puerta. “¡Quédense , si quieren! ¡mucha bulla hacen!”, nos dijo. Nos miramos y reímos, a sabiendas de que siempre se despierta de mal humor. Lo que recuerdo después fue verla más tarde, cuando el resto ya se había ido. Regresaba de no sé donde y, al abrir la puerta. la oscuridad de la habitación me dio de golpe, hiriéndome los ojos. Se encendió un spotlight: ella estaba sentada sobre el piso, casi en una esquina, y vestía completamente de negro; su hermoso cabello rubio refulgía con un peinado altísimo. Sus enormes ojos azules me miraron fieramente. “Te presento a mi niña”, me dijo e hizo el ademán de alargar un brazo como quien arrastra una bandeja o un plato. El spotlight se apagó súbitamente y a un par de pasos delante de donde ella estaba, la luz de otro reflector dibujó un círculo más pequeño. La niña estaba sentada sobre el piso y vestía completamente de negro, el hermoso cabello rubio refulgiendo en un peinado tan alto como el de la madre. Cuando la niña me miró con sus ojos azulísimos pensé “Mi niña no puede ser. Mi niña es mucho más linda”. Y enseguida repasé los ochocientos sesenta y cinco días que no había visto llegar a la Apolonia en mis sueños y que –¡qué terrible!-, esa marlenedietrich de pacotilla que era su madre permitía vivir a esos ojos tan hermosos y azules en semejante cuchitril.
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Por blanca, redonda y por parecerse indeciblemente a una hojuela de Pringles, le hemos dicho Papa Frita desde que nació. Como nunca lee este blog (naturalmente: no lo inscribo en mi aún inexistente Facebook), ni se va a enterar que hoy hablo de ella. Tendría unos seis años en la Navidad que la filmé, ella mudando de dientes. “La Navidad no son sólo los regalos. Es también la unión de la familia. Vengan por aquí…” dijo, coqueta, mirando el objetivo mientras caminaba hacia su cama, en donde destacaban una veintena de paquetes apenas acabados de desenvolver, esa mañana de Navidad. Papa Frita me ha dicho anteayer “¡Pa!... ¿Esta navidad me regalas dinero, así me compro las cosas que yo quiero?...”. Le dije: “Y si fuera así… ¿me quitarás el bloqueo entre tus contactos del Messenger?”. Se rió y aceptó, divertida. ¡Es tan bueno tener a Papita de vuelta!
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Escuché una vez contar a quien fuera gran futbolista (el mejor de su generación, efectivamente Pocho) que cuando niño, su familia era tan pobre que por toda cena había helado de vainilla, el cual el padre conseguía a duras penas para la decena de sus hijos; emocionado, contaba que las navidades, para él, no serían lo mismo sin helado de vainilla. Para la navidad de 1972 mis papás, mi abuela María, Carla y Alfredo se habían ido a Ecuador, en un paseo disipador del annus terribilis que hubimos de vivir por la partida del abuelo. Anna y Carlos Montes quedaron a cargo de los que nos quedamos (Caro, Chicho, Lucho y yo). Como en esas épocas no sabíamos de economías ni de encargos ni de esperar regalos que no llegaran exactamente en la fecha de Navidad, lo que los cuatro recibimos fueron apenas libros. Me acuerdo la cara de desilusión de Chicho cuando abrió su paquete y vio un libro de aventuras. Rápidamente deshice el envoltorio del paquete destinado a mí y vi un ejemplar de Robinson Crusoe; “No te preocupes”, le dije procurando levantarle el ánimo, “Cuando regresen de Ecuador tendremos nuestros verdaderos regalos” (evidentemente, no le dije nada sobre lo frustrante que había sido no recibir un buen juguete, como era de natural rigor). En efecto, apenas pasado el año nuevo, los regalos-juguetes llegaron y se fueron al pronto olvido con que los niños remitimos esos vistosos plásticos madeinusa (o ahora, inthailand) al depósito más oscuro de la casa. Mas sin en cambio, del modo más indeleble grabado en la memoria, ahí sigue Robinson Crusoe mirando sobre la arena de la isla que lo cobijaba, las inquietantes huellas de un Viernes recién llegado. ¡Cosas la Navidad, del helado de vainilla, o a lo mejor quién sabe!.
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21 diciembre, 2008

It Happened One Night

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A happening is a performance, event or situation meant to be considered as art. Happenings take place anywhere, are often multi-disciplinary and frequently seek to involve the audience in some way. Key elements of happenings are planned, but artists sometimes retain room for improvisation.

It happened one night, tarde, tarde. En un año escaso de posteos, lleno de días agotadores y de haikus contradictorios y encomiados con alguna generosidad, las otoñales hojas de este blog (otoñales las hojas, porque como que van poniéndose amarillas y cayendo en inacabable ralenti) vieron aparecer -dicen- posteos salidos de la más visceral entraña. En el futuro, los cronistas dirán que ese tal Barrientos, en tardío homenaje a la maravillosa década de los setenta, improvisó posts que fueron efímeros, pero no por ello faltos a la verdad, genuinos happenings de los que se hablará luego en charla sincera y sobre los que se podrá especular ad libitum.
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Los happenings -dicen, siempre- fueron dos. El primero, cariñosón y patotero, que aludía a los valores que la amistad convoca alrededor de butifarras y manzanillas según el singular sortilegio de un pentágono, de un pentágono breve, ¡vamos!: de un pentagonito. Sobre el segundo, remitido al buzón de las e-pístolas, los tratadistas sugerirán fue una postulación a que la más grande fan de esta y aquella columnas (que ya sabemos quién es) se diera cuenta de una buena vez lo espléndido que a veces resulta romper el silencio con gritos que salen de lo más jondo (que es como diría Juno, aquel profesor de Educación Física que empezaba las clases al grito de 'Y juno, y dos y tres, y juno y dos y tres..').
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Ocurrió una noche y los happenings fueron dos. Personalísimas y francas hojas de una bitácora que ha visto pasar mucho en tres años. It happens, sometimes. Eso dicen.
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23 noviembre, 2008

Lo Anunciado: Llegó QmpaMan


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Para presumir que esta colunna está dotada de cierta innegable precognición, el pasado 6 de Agosto El Metrónomo transcribió un fragmento de una comunicación que bajo el alias de Kal GolDo dirigió al buzón oficial un buen y distante amigo ("cinematográfico y pensado seudónimo que revela afición por Superniña & Las Tolacas de Krypton" se dijo en esa ocasión) .
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Anoche, con aparatoso y hollywoodense despliegue montado sobre Calgary, allá en su patria adoctiva, se ha cumplido el anuncio que hiciera alguna vez Kal GolDo, de reaparecer encubierto dentro de un brillante meteorito como un rollizo bebé. Como dicta el guión, dentro de algunos años Kal Goldo se convertirá en el superhéroe que el mundo espera bajo la identidá secreta de QmpaMan, el tímido reportero del ojo vivo.
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Aunque el disfraz definitivo de QmpaMan no está decidido aún, se sospecha que podría ser aproximadamente al siguiente:
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Seguiremos informando.
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22 noviembre, 2008

Pa' Qué Te Digo Que No, Si Sí


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En Marzo del 2007 este columnista escribió: "Invariablemente, todos vibran y corean cuando el clásico 'Tun-dunnn-dudu-dunnnn' de la incomparable 'Satisfaction', de los Stones, y a medida que ésta avanza, Juanse se empieza a desinhibir -merced a los varios on-the-rocks que se viene empujando entre canción y canción- que decide bajar desde el minúsculo escenario y mezclarse con la gente hasta que los gorilas-de-algún-bar armen círculo protector, el cual Juanse elude para treparse hasta la barra en donde este pechito y Lucho (hermano del pechito) degustan consabida jarra de chela, gran parte de la cual va a dar a los de barra-abajo que ni cuenta se dan entre que vitorean al músico y buscan tocarlo (afortunadamente, la maternal mano de una chiquilla veinteañera que está a mi lado salva del siniestro total a la referida jarra, más la cajetilla de Winston Light, pues con brioso quite las aleja justo antes de espectacular patada aérea de Juanse)."
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Favor verificar que se advierte esbelta silueta de Chito en 3:28 y caraza de este reporter (abajo, a la izquierda, camisa clara) en 3:36, en inequívoca prueba de que este servidor jamás miente.
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Gracias a mvasquezm por subir tan eficaz testimonio en YouTube.
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16 noviembre, 2008

Nosferatu, Entre Líneas


"Whatever happened to Lestat I do not know. I feed on those who cross my path. I'm a spirit of preternatural flesh: detached, unchangeable, empty." ...............Louis, “Interview With The Vampire”, 1994
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Hace un par de semanas, mientras hacía tiempo en uno de los dos novísimos malls de Trujillo esperando a que diera la hora de volver a Lima, decidí pasar por Crisol, a ver si encontraba algún libro de esos que podemos llamar de entretención. Frente a la entrada, en una pila de no menos de treinta ejemplares, estaba mostrado como novedad “El Canalla Sentimental”. Tomé uno para mirar la etiqueta del precio y leí “S/.45.00”. "¿Bayly por S/.45? mmmm…, por ahora no.", -pensé, dirigiéndome hacia el estante de descuentos y remates-. A la vuelta, en una esquina proletaria cercana a la oficina de administración, el mostrador de gangas mostraba novelitas en edición de bolsillo a increíbles S/.6.50. Estaba tomando una en las manos (“Billie Morgan”, de un tal Joolz Denby), atraido por la cubierta en blanco y negro en la que un puño que se cierra sobre una mesa oscura luce anillos en todos los dedos -uno de ellos con una calavera y dos fémures-, cuando debajo de él apareció, sobre la portada de otro de los libros en remate, un rostro de anteojos oscuros (tan oscuros como esta otra portada) que me resultó bastante familiar. En letras rojas decía: “El Ansia – Whitley Strieber – La Gran Novela De Culto Sobre Las Ambiciones De Un Vampiro Moderno”. Con un cigarro en la mano y detrás de una bellísima y acuclillada Catherine Deneuve, el rostro familiar era el de David Bowie. “Alfredo…” –pensé- “Deja de buscar mi encargo allá… ¡acabo de encontrarlo!”.
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He empezado el inextricable “El Grito Silencioso” de Kenzaburo Oé, este genio japonés que titula sus novelas tan infamemente (tan bossionamente, digamos). La lectura es lenta y aún no avanzo más allá de la página cincuenta. El estilo sincopado y acaso la traducción (para variar, malísima, en una edición barata de Anagrama) son seguros motivos del retraso. Es el transitorio eso, o el antecedente de que jamás he dejado de terminar de leer una novela. Cuando se trata de novelas que no me satisfacen, en el peor de los casos (verbigracia, la refrita “El Huerto de Mi Amada” o el plomazo “Beau Geste”, tan distante del interesante guión de la película) las leo de tres en tres páginas hasta llegar al final. Algunas me toman tiempo, como “La Guerra Del Fin Del Mundo”, a la cual reivindiqué con una lectura que concluyó algo así como diez años después de haberla empezado. A otras, las ágiles o curiositas, las acabo en dos días, un weekend o en una semana completa de sesiones de WC. En realidad -para mí- vivir una novela depende del estado de ánimo, del tiempo disponible, de lo atractiva que resulte. At the end of the day, a los gustos y colores, se los lleva siempre la corriente (es decir, si se quedan dormidos, como los camarones).
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Los sábados son indeciblemente pajas como para caminar por Miraflores. Antes lo hacía de modo cotidiano, cuando nos albergaba la entrañable y muy querida oficina de Alcanfores. A pesar de que entonces estaba a quince minutos a pie de mi casa, rara vez iba a almorzar hasta allá. Prefería invertir el tiempo de refrigerio caminando hasta Cantuarias, al restaurant vegetariano al que me aficioné y al que procuré llevar a todos y cada uno de los amigos que se pusieron a tiro. El regreso de todos los días era invariablemente por Larco, por la vereda de Interbank y la nueva Crisol, hasta llegar a la esquina con San Martín, en donde se instala un surtidísimo kiosco de periódicos. Cada tarde me detenía a mirar las carátulas de los diarios y de las revistas que la dueña -una señora de unos setenta años- colgaba de modo estratégico. A lo largo de los casi cinco años que pasé por ahí a diario, además de los libros de colección o canje que ofrecen los diarios, la doña fue añadiendo modernidades como CD’s de mp3, DVD’s musicales y hasta de temas sugerentes, cuyas tapas cubría con un pedazo de papel blanco que rezaba ‘Sólo Para Mayores’. Este sábado, después de efectuar mi recorrido procesional y contrito por los bancos a fin de amortiguar -dijo la Sra. María- mis cuentas de tarjetas, di a pie una vueltota por el querido parque de Miraflores, entre y salí de Ripley, y enfilé por Larco con dirección a 28 de Julio. Me detuve, añorante, en mi kiosco; por esas cosas raras, he comprado muy poco ahí, de modo que para la dueña soy nada más que un transeúnte anónimo, apenas el vecino de un vecino que vive entre Colón, Ferré o más allá. Miré las caras bonitas de las portadas de las revistas, di una ojeada a los diarios (“Rómulo León Sostuvo Que…”, o algo así, decían todos) y a punto de empezar nuevamente a caminar me fijé que en la parte alta delante del kiosco, rotando en su bolsita que se opacaba al sol y con un cuadradito de papel escrito con grueso plumón negro que rezaba “S/.15”, parecía levitar “El Canalla Sentimental”, edición bucanera. “Bayly. Quince lucas. Atraco”. Pagué con un billete de veinte. Al darme el vuelto, la dueña ni me miró.
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Santiago es un muchacho bueno. Casi nunca pide cosas estrambóticas o caras, tal como he oído hacen varios de sus compañeros de colegio. Sus pedidos los preludia siempre con un “Oye, papá, ¿tú crees que hoy podamos ir a…?”. Es austero y bastante generoso. El sábado pasado vio que había un chiquito que miraba con evidentes e infantiles ganas de jugar las consolas de videojuegos en el salón Moy, en Larcomar. Santiago se le acercó y le dijo que las fichas se compraban hacia la parte de atrás; el chiquito le dijo que no tenía plata (estaba solo, extrañamente). “No te preocupes” –le dijo- “Acá mi papá me cargó la tarjeta con créditos. Deja que la paso por ti”. La incredulidad del chiquillo era tan solo comparable con la mía. Lo jalé y le dije “Ven. Vamos a la tienda de música. A lo mejor hay algún DVD que quieras”. Hay ocasiones en la que me hace un padre muy orgulloso.
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Si hay algo bonito en leer a alguien que mezcla bien las venas humorísticas y autobiográficas, es que uno se siente también como parte-de. Aquí pasa con varios, especialmente, con Bryce, Sánchez León y con Barrientos (o sea, yo, según dicen algunos generosos áulicos). Pero que alguien que ya no se soporta ni él mismo, que destila rancidez, podredumbre, autodestrucción, escriba sobre sí mismo, a pesar de que sea apenas un supuesto… No sé.
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¡Acá está!”, dijo Santiago levantando un original de ya no recuerdo qué DVD, “¿Puedo llevarlo?”. “Sure”, le dije en inglés con acento de Oaxaca, “Deja que busque alguno que me pueda llevar yo...” y, dirigiéndome al chico que atendía tras comprobar que exhibían en los anaqueles algunos clásicos de los cuarentas, “¿Puedes fijarte si tienes “Beau Geste”?”. Mientras el chico se dirigía hasta su terminal de computadora empecé a revisar qué otras películas viejonas podrían tener a la venta. Tras alguna de “Rocky”, reconocí un rostro de anteojos oscuros que me resultó bastante familiar. En letras rojas decía: “El Ansia – Ningún Ser Humano Ama Para Siempre”. Con un cigarro en la mano y detrás de una bellísima y acuclillada Catherine Deneuve, el rostro familiar de inexplicable dèjá-vu era el de David Bowie. “Alfredo…” –pensé- “Deja de buscar. Deja de buscarlo todo”.
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Las historias de vampiros, como aquella que basó su brillante guión en la novela de Anne Rice, apasionan por la eterna e inconfesable pretensión humana de aspirar las vidas de sus congéneres. Pero, ¿cuál podría ser el costo de tan abominable pecado? Tal como el Lestat que es abandonado a una eterna, inacabable agonía, o como los perpetuamente moribundos compañeros de Miriam Blaylock en “El Ansia”, el castigo es convertirse en seres arrinconados, decrépitos, pestilentes. Empero, como rezago de pretéritos esplendores -tal como un aristócrata caido en desgracia-, ostentan un imbatible orgullo, pretencioso y fatuo hasta la náusea. Algo así como el fingido “Mjm, mjm, mjm…” que remeda cínicamente a la risa puesta en boca de un entrevistador de televisión que cuenta en una novela sin guión -de ésas que se dejan a la mitad y para siempre-, hecha con retazos de intentos de anecdótica habitualidad, sus malos humores, su prosaica cotidianeidad de bisexual itinerante hasta acabar en el acre olor de sus medias sucias. La pretensión de la pretensión, el fingido roce con una miseria plástica en el travelling desde el mariquita-et-enfant-terrible que aborrece ser llamado Jaimito, hasta el adulto cuarentón que no soporta siquiera el hecho de ser padre, mientras ve pasar los días desde el balcón del segundo plano como observador cáustico, astroso y cínico. Cínico, antes que canalla. Retorcido, antes que sentimental. Pobre diablo. Pobre muchacho. Detached. Empty. Como Louis. O peor. Como un Lestat acarreando, como escarabajo estercolero, la enorme y pestilente esfera de una vida inmunda, hecha enteramente de bosta.
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"Súbete A La Moto De Wi-iccc..."

A pedido de mi hermano Chito, mi cuñado Wic y mi buen amigo El Cumpa -ahora radicado en latitudes norteñas- asistí en calidad de chaperón al concierto ofrecido en la víspera por los ex Menudo.
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Aunque fue un poco difícil ensayar el paso (muy difundido por Wic, en sus años mozos) correspondiente a la canción "No Te Deprimas" sobre una silla plástica de 25x25 cm., algo se hizo para honrar la coreografía. Por cierto, hay que reconocer que improvisaron un generoso "La Flor de la Canela", fuera de programa y que los muchachones -uno de ellos bien entrado (y harto salido) en sebosas carnes- aún conservan voz y bailes como si los veintisiete años que tardaron en volver no fueran nada. Tan así fue, que cuando aparecían en las pantallas gigantes los primeros planos de todos ellos (menos el seboso, of course), las cuarentonas que en compacto grupo de doce mil asistieron a la explanada del Monumental anoche, se desgañitaban en entregados y reverdes alaridos. Desfilaron sus "Voulez-Voz?", "Si Tú No Estás", "A Volar", "Y Yo No Bailo", "(No Me Pregunten Cómo Es) Ella" y en el medio y al final, respectivamente, como para provocar hormonal explosión en la cuarentonada femenil (a esas medias y totales alturas, con visible ronquedad), "Claridad" y "Súbete A Mi Moto".
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Se añade brevísimo clip de la penúltima de las mencionadas, colgado en YouTube por cineastafónica fan (MarthaBPB).

06 noviembre, 2008

¡Cómo Duran Los Duran Duran, Oe! (O Muy Sucinto Recuento Del Concierto De Los Duranes En Lima)


Los soberbios intros de "Hungry Like A Wolf" (con previa de Lebon preguntando 'Is anyone hungry out there?...'), "Notorius", "The Reflex" (fle-flex), "Planet Earth" (pam-pam-papam-pam-papam) y "View To A Kill" entre otras, fueron aplaudidos y coreados por la audiencia que estuvo el pasado Martes en la explanada del Monumental. 'El Comercio' (de donde proviene la foto) menciona que fuimos cinco mil, pero lo cierto es que la asistencia a lo mejor bordeaba los ocho o diez mil.
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Intercalando algunas piezas de su último 'Red Carpet Massacre', lo más conocido de la banda fue saliendo desde un escenario más bien austero. Siendo el público de peso (es decir, compuesto por chiquilines cuarentones como este dinámico pechito más una que otra tía aún de muy buen ver) el taxista que nos acercó a Lucho y a mí hasta el óvalo previo al estadio (como siempre, el acceso se cierra casi totalmente) nos dijo entre bromas: 'Como se ve que el concierto es de gente mayor: si hubiera sido concierto de reggaetoneros, la gente va caminando nomás'... ¿Habrá sido eso, el peso de algunas canas o el de las barrigas, por lo que el público tardó en responder a Lebon cuando, transcurridos algunos minutos del inicio del concierto preguntó "It took a long while for us to come here, hum?"? No obstante ello, la gente se fue comprometiendo y lo cierto es que una hora y cuarenta minutos después coreaba entusiasmada cada canción, aupada por perlas como el generoso 'You are awesome!'. En eso, los duranes se retiraron del escenario a fin de dejar en las palmas del público la petición del encore. ¿Y qué pasó, entonces? Un casi unánime y procupante silencio. "Aplaude, Chito, ¡carajo!", codeé a Lucho, mientras alguna gentita de al fondo (porque uno, como buen Metrónomo recopilador de novedades literario-musicales, ya se puede permitir boletos viaipí a estas alturas de la vida) empezaba a corear el consabido "¡Olé, olé, olé, Durán, Durán!". Chito puso el índice sobre la boca y con ojos intrigados tras decir '¿Mmmm?', se puso a aplaudir fervorosamente.
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En eso los haces de luces se vuelven a encender apuntando hacia el público y el chubby Lebon reaparece en mangas cortas y con toda la banda, apoderándose de los instrumentos para el intenso cliqueo con que comienza "Girls On Film" (que ya no me acuerdo si ésta fue en el encore es que se me hace una confusión, pero para Uds. que no estuvieron ahí, en realidad da lo mismo) y tras un emotivamente derrochador y entregado "Ordinary World", Lebon presenta a la banda permitiendo varios notables solos, destacando el soberbio bajista, que es alguno de los tres Taylor que hay en la banda. Al momento de presentarse, Lebon inquiere a la audiencia 'C'mon, who's your daddy?... who's your daddy?...', mientras Chito y toda la tiada se desgañitaba en estentóreos '¡Sáaaaaaaaaaaimon!', y sale ataviado con una '6' de la selección peruana (según Chito, siendo ellos de Birmingham, a lo mejor pensaron en la de Solano) para concluir con un estruendoso y muy bien logrado "Rio", la más esperada cereza de la torta. En suma, entretenidísimo y sabrosón: malgrado los visibles kilos, Duran Duran sigue sonando casi tan bien como hace veintiséis años.
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Y ¡ah, malhaya!, parafraseando a Stewart Copeland a propósito de su vida a raíz del éxito, ¡quién pudiera llevar una vida como las que se ven en los videos de Duran Duran...!
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01 noviembre, 2008

How Mr. G. Went To Canada & Became The Notorious Thelonius B.I.G. (O "Ya No Dejo Comments, De Lo Ocupadito Que Estoy")

Tras unos ires y venires sabatinos por Miraflores me dediqué a revisar los e-mails y verifiqué que había uno de un muy buen amigo (a quien llamaremos G., de Goldo), quien se fue pa' Toronto y no volvió más, y que dice más o menos lo siguiente:

"Cumpa, posiblemente no me vaya a creer, pero este pechito que ahora come papa (canadiense) ha incursionado con bastante écsito (sic) en el cine de aquí. Gracias a esta potente y engolada voz de speaker, me he insertado en el mundo de la animación y me place compartir con Ud. que me ha tocado representar a un personaje que es el adú de otro que se llama Lord Farquaad, quien persigue a un ogro de color verde cuyo nombre ahorita, ahorita no me recuerdo (sic). Resulta que en alguna de las escenas en las que me tocó interbenir (sic) mi personaje, llamado Thelonius, desmenuza al felón más antipático de la película, un hombrecito traidor y veletón que más encima (sic), cuando estaba volviéndolo en un amasijo e informe montoncito de crumbs, se puso a cantar Pimpón es un muñeco, muñeco de cartón, se lava la carita con agua y con jabón, al más puro estilo de su primo Miguelito. Y Ud. sabe que esas mariconadas yo no las consiento, así que le di la pamba china consabida y de rigor. En eso he estado bien ocupadito, cumpa, así que sabrá Ud. disculpar que no le haya dedicado ni tan siquiera un comment en sus últimos pos (sic), pero es que entre el cine, el nuevo grupo de hip hop que me he armado con mis amigos pakistaníes y uzbekiztanos con quienes rappeamos todas las tardes después del laburo y la encuesta que Ud. me encargó por estos lares, el tiempo ya no me da ni para ir debidamente al ñoba. Cuidesé, que ahí lo dejo, con la foto de mi última víctima (ojo: víctima en la película nomás, *s*)..."

22 octubre, 2008

A La Más Devota Fanaticada (Y En Especial A La Más Grande Fan)


A pedido de la genial legión seguidora de esta discreta colunna, subo al ecsenario a fin de esponer mis primeros trabajos de haiku en solitario. Ante la confusión evidenciada en algunos comments a posts anteriores, los haiku publicados anteriormente fueron originados por alumnos de las universidades de Osetia del Sur y de Hagwart. Los lectores sabrán disculpar la modestia de la redacción, especialmente evidenciada en los dos postreros, en los que el lector avisado reconocerá la más que incuestionable influencia del hit noventero "Una Fan Enamorada" de los insignes cantautores llaneros Servando y Florentino. Se acectan comentarios.
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Pelotillehue
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Tres ¡plop!
Que alinean buenas peras
Dentrando sin gorpeal

........Taurina
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........Peladas y calvas
........Relamen las ratas
........La miel de un faenón
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Pechito Con Pechito
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Cabezas siamesas y rijosas
Adivinando lo profundo
Del misterio de un in-out
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........Joyeux Anniversaire! (Homenaje de la Pájara Peggy)
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........Alito, el Tira, el ecónomo
........Alito, el Tira, el ecónomo:
........¡Peggy quiere al Metrónomo! (¡Síiiiiiiii que síiiiiiiii-í!)
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Clasificatoria
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Hojas yertas del otoño
Como calendarios que acumulan
Selecciones sin Mundial
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........Servandesca (o ¡Qué Bajo Hemos Caído!)
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........Una fan enamorada
........Esperando una atención y una mirada
........Confesando pasión por ti (a la almohada)
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Le Mer Estebe Serene (o ¡Qué Falta de Recursos, Carajo!)
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¿Estés ehí? ¿Quéme te digue que te vé?
En le funcién de eyer
E se ye te guste e te, té tembién me gustes e mé
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20 octubre, 2008

Tercer Aniversario: Misio & Piña


Hoy 20 de Octubre se cumple el Tercer Aniversario de la aparición de esta humilde gacetilla.
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Fiel al franciscano estilo que impone la tonsura, esta efeméride será celebrada de un modo austero esta tarde frente al Faro, con tres velas sobre una tajada de pan Bimbo integral y dos rodajas de piña Cayena. También se oficiará la consabida misa de salú, conmemorando la ocurrencia del tricentésimo post expelido por este Baliente Metrónomo en las páginas que componen el otrora poliautoral multilevel OtroNo.
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Todos los fans cordialmente invitados.
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09 octubre, 2008

Lo Prometido Es Deuda (Honoris Causa, En Ese Sentido & Con El Mayor De Los Cariños)

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San Francisco en Enero atardecía con el sol y la neblina de algunos domingos de Lima en Julio. Habíamos llegado en una van gigantesca, tras cuatro jornadas de una excursión que empezó en Los Ángeles y que -habiendo pasado por Las Vegas y Tahoe- repostaba finalmente por un par de días en la ciudad de las colinas, los cable cars y el enorme puente naranja.
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Eran alrededor de las cuatro de la tarde cuando nos instalamos en el viejo Holiday Inn de 8th. Street, a media cuadra de Market. Mientras desempacábamos las cosas y los chicos empezaban a entretenerse con la televisión y saqueaban el mini bar, me llamó Chicho. “Alito… Tenemos que encontrar pronto una lavandería. Aquí me quieren enterrar con la ropa que se han ido cambiando en estos cuatro días. ¿Cómo hacemos?”. Con aires de suficiencia le dije que nada más fácil que buscar una lavandería de ésas de fichas por los alrededores. “Deja que busque en la guía y te llamo”, añadí. En efecto, tomé prestamente las páginas amarillas y ubiqué, ¡oh, grata sorpresa!, que había una de ellas sobre la misma 8th, entre Minna y Natoma, apenas a cuadra y media de donde estaba el hotel. Llamé a Chicho y quedamos en encontrarnos quince minutos después abajo, en el lobby. Chicho e Ileana bajaron con sendos y pesados bolsos, mientras yo iba solamente con uno, más liviano. “Está aquí cerquita”, insistí, “así que la vamos a tener suave”.
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Caminamos el breve trecho hasta la lavandería y justo en el momento en que entrábamos, empezaba a abrir la puerta una mujer morena y espigada que lanzaba al aire la mano que le dejaba libre el bolso de ropa y vociferaba lisuras en castellano. “¡Sí, sí, habla lo que quieras, condenada mamera!” terminó diciendo a alguien que estaba dentro del local y tiró la puerta casi sobre nuestras narices. Vimos que dentro había unas dos o tres personas y, sobre el lado del fondo, donde estaban las secadoras, una mujer regordeta que se afanaba en meter monedas a una de ellas, refunfuñando. Apenas entramos, la lavandería volvió a quedar en silencio, salvo por el monótono ronroneo de las máquinas que zumbaban en medio de un fuerte olor a detergente. Chicho me dijo, señalando una lavadora: “Agarra mejor ésa, la más chica, y nos dejas estas otras dos”, cosa que acepté de inmediato. Metí la ropa y las monedas y tras unos veinte minutos que me parecieron brevísimos, el clinclin de la máquina me avisaba que la ropa estaba lista para el secado. “Chirrín, me voy para el fondo, para ir adelantando…”, le dije, y él asintió levantando los ojos de la revista que leía. Chapé mis cacharpas y me dirigí hacia las secadoras.
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Por esos remilgos que uno tiene y que no sabe a qué atribuir excepto a una secular timidez que los años disfrazan pero no curan (manifiestos tanto a la hora de darse la paz en la misa, como a la hora de sentarse en alguna mesa del restaurant que no esté pegada a una de las paredes), tomé posesión de una de las secadoras del extremo izquierdo, a varios cuerpos de la mujer que, entre murmullos, seguía doblando prendas y guardándolas en uno de los maletines que tenía alrededor de sí. “Grosera… ¡ordinaria!” empezó a decir, en inglés y a un par de pasos de donde yo estaba, “¡Qué le costaba dejarme una!”. Me hice el desentendido, del mismo modo en que lo hago cuando alguna señora empieza a renegar detrás de mí en la cola de un banco, y fue que dirigí una rápida mirada hacia el techo, como queriendo decirle algo así como no entendí nada. Al parecer, tal desentendimiento no melló el ánimo de la mujer de contar a quien se pusiera a tiro sobre el griterío que escuchamos al llegar a la lavandería. “¡Tremenda perra!” –dijo- “¡Se había agarrado cuatro secadoras para ella sola! ¿lo puede creer?, ¡cuatro para ella sola!”. Me encogí de hombros y eché un vistazo a Chicho e Ileana, como calculando el tiempo que les faltaría para acabar sus ciclos de lavado. Inútil: ellos seguían con los ojos pegados a sus revistas. La mujer ya estaba delante de mí empezando a contarme con detallado pormenor las incidencias de lo que casi había llegado a las manos. “… Y cuando le dije que usaría la que estaba libre, la de la esquina, la muy condenada tomó mis cosas y con el más grande desparpajo las echó al piso, sin hacerme caso. ¡Eso me enfureció!...”. A esas alturas hubiera pasado por muy malcriado si al menos no hubiera asentido. “Mmmm…”, dije por toda respuesta. “¡Ladrona!”, siguió la mujer, encaramada en una cólera que iba creciendo a medida que reeditaba el incidente. “¡Ja! ¡Pero no me extraña! ¡me queda claro que todos son unos ladrones!”, dijo bufando y agachándose sobre su ropa en una pausa que me dio apenas el tiempo para estudiarla con algún detenimiento. Como dije, era una mujer baja, regordeta y poco agraciada, de aspecto –hubiera dicho yo- salvadoreño o guatemalteco, con unas greñas negras descuidadas y sucias. Sus manos eran gruesas y se veía que estaba habituada a las labores manuales; llevaba puesta una camiseta blanca, barata y sin estampado, y unos jeans negros cuyas bocamangas arrastraba visiblemente. “¿Y Ud. qué opina de eso?”, me dijo, sorprendiéndome en su plena observación. A esas alturas, apenas minuto y medio después de haber llegado, estaba yo envuelto en una conversación tan impensada con indeseable.
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“Bueno…” –dije, mientras ordenaba el inglés en la cabeza- “No sé exactamente a qué se refiere, pero al llegar aquí oí algo de la discusión que esa mujer y Ud. tenían. No imaginaba que hubiera sido por las secadoras”. Ella me miró, ya con franca confianza. “Son todos unos ladrones” –dijo- “¿Sabía Ud. eso?”. La miré con perplejidad y le dije que eso no lo entendía. Ella empezó a hablar como para sí diciendo “Son todos iguales los que llegan aquí… Primero son dulces y te convencen, pero después sacan las garras y se quieren quedar con todo. ¡Con todo!”, dijo levantando el puño. Como dije, su aspecto me parecía el de una inmigrante centroamericana, a lo sumo de segunda generación (¡vaya uno a saber cómo diferenciar entre la fisonomía de un inmigrante de primera generación del de uno de segunda!, pero es más o menos como lo percibí en ese momento), y fue por ello que su argumento me pareció rebuscadísimo. “¿Ellos? ¿Todos los que llegan?...” -recuerdo que pensé- “¿Quiénes son ellos? ¿Es que acaso ella no llegó también de algún lado?”. La miré con aire cándido y le pregunté directamente “No la entiendo muy bien, señora, ¿a quién se refiere Ud. con ellos?”. “¡A todos!”, dijo furibunda, “¡a todos!”, y no apostrofó el “todos ustedes” –calculo- porque ya a esas alturas de la conversación debí haberle parecido lo suficientemente decente como para darme una consideraba coba. “¿Es que acaso no sabe –continuó- que todo el tiempo nos hacen lo mismo y nos vienen a robar las cosas?”. Levanté los hombros nuevamente. “¿No lo entiende?”, insistió. Decidí encarar frontalmente el tema y le dije que no, que no la entendía en absoluto. “¡Ah!, le lo voy a explicar”, dijo, “Todo el que llega aquí se cree con el derecho suficiente como para quitarnos lo que es nuestro. Eso ha pasado desde siempre”. Le dirigí otra mirada que le pedía más explicación y, titubeando, le pregunté “Pero ¿es que acaso Ud. no llegó también de algún lado?”. Eso pareció herirla en lo más hondo: dio un paso atrás e inhalando aire como para adoptar un aire solemne dijo, echando el índice derecho hacia abajo varias veces “No, señor, ¡yo soy de aquí!”. “¿De aquí…?”, le contesté, “¿Es que Ud. no ha venido de ninguna parte?”. Me miró de un modo penetrante y dijo “No. Yo tengo el orgullo de ser una nativa. ¡Soy una india navajo!"
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Wow. Eso me sorprendió. Meneé la cabeza y el diálogo continuó así:
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- ¡Vaya!... De modo que Ud. es una navajo. Sé muy poco acerca de los indios navajos.
- Sí. Somos una tribu importante. De las más importantes de aquí. Es por eso que me enfurece comprobar eso que el que llega sólo es para quitarnos algo, como la mujer ésta, la latino que se adueñó de todas las secadoras como si fuera realmente la dueña…
- Navajo…
- Primero los españoles, después los blancos y los chinos, y ahora cualquier latino que llega aquí le debe parecer que todo esto es suyo… Pero perdón, veo que Ud. es latino. No lo digo como una ofensa. En todo caso, no lo digo por Ud.
- Gracias por ello, pero yo estoy aquí apenas como turista.
- ¿Cómo turista? –dijo desconfiada- ¿Y de dónde es Ud.?
- Soy peruano. Vengo de Lima, Perú –y ante su extravío dije- ¿Ud. sabe dónde está el Perú?...
- Mmmm… no. No lo sé. Pero es igual… Aquella mujer debía ser dominicana. Suelen ser las peores que se conocen.
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Fue entonces que una de las máquinas secadoras en las que ella había colocado su ropa sonó, indicando el final del turno. Se dirigió a ella mientras yo pensaba en alguna vinculación relativa a la cultura navajo. Lo único que vino a mi mente fue aquello del código de la Segunda Guerra Mundial que tanto sirvió al ejército americano durante la Campaña del Pacífico. Tomé la iniciativa. “Sé que su idioma es bastante difícil de aprender.” –le dije- “¿No podría Ud. enseñarme al menos alguna que otra palabra?”. Me miró con bastante desconfianza diciendo “¿Algunas palabras? ¿palabras de lengua navajo?”. Aproveché el infalible recurso de decirle que era escritor (piadosa mentira que tantas satisfacciones me ha dado), y que sería para mí muy valioso poder tener una versión de primera mano del contraste de una lengua americana nativa, toda vez que en mi país había florecido una civilización magnífica. “Los incas”, seguí, “¿Ha oído alguna vez sobre los incas? ¿ha oido alguna vez del idioma que ellos hablaban? ¿conoce algo del quechua?”. Meneó la cabeza y me dijo que no, que no había pasado del segundo año de la secundaria. “¿Escritor?”, continuó, mirándome desconfiada y prestando más atención a ese detalle que a mis preguntas, “¿Y qué palabra es la que le gustaría saber?”. Pensé rápidamente en alguna que fuera de uso general, de carácter contundente e indubitable. “¡Padre!”, le dije, “¿Cómo diría Ud. padre en navajo?”.
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Si hablar navajo, por lo que dicen, es cosa difícil, mucho más es intentar hacer una transliteración. Con un desarrollo gramático primitivo, la lengua navajo es fundamentalmente gutural, de modo que ciertas entonaciones, hasta donde oí esa tarde, deben efectuarse sacando el aire desde muy profundo de entre la tráquea y esófago. “Deeehné”, me dijo la mujer, “Es lo primero que uno aprende en navajo. Antes que el padre uno respeta a su nación. Dené es la primera palabra que uno aprende en mi lengua. Dené significa nación…”. “Quiero aprender”, le dije, repitiendo un castellanizado “Denée”. “¡Mal!” -dijo la mujer- “¡Deeeehné!”. Probé varias veces hasta que ella asintió, diciendo “Muy bien. Entonces padre se dice tschaeee-iá”. Intenté un “Chéeyá”. “¡Otra vez mal!” -dijo la mujer, esta vez sonriente- “¡Tschaeee-iá!”. Igualmente, repetí tschaeee-iá hasta ella lo aprobó. “Buen alumno. Podría aprender rápidamente”, me dijo. “Muchas gracias”, le contesté, “Y para devolverle el favor le quiero enseñar que padre en mi lengua, la lengua de los peruanos se dice tayta”. Ella se sonrió y ensayó el más extraño tayta que oí en mucho tiempo. (Por cierto, alguna vez leí que taita es una voz que proviene probablemente del catalán, significando lo mismo, padre, de modo que para no explicarle todo aquello a mi incidental interlocutora, la dejé creída que le enseñaba muy bien el quechua). “Y tu pueblo, ¿cómo se llama a sí mismo?”, me preguntó. Hice un gesto como que me había agarrado. “Ayllu”, resolví. “En quechua, mi pueblo y mi familia se dicen lo mismo, ayllu”. “Es bueno tener un nombre con el que identificarse.”, dijo, “Es la única manera de saber que tienes hermanos, que tienes una familia.”
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Un segundo timbre de otra de sus secadoras nos volvió a interrumpir, apresurándose ella en ir a doblar su ropa. Volteé hacia Chicho, que con Ileana ya estaba empezando a sacar sus cargas de las lavadoras, y él levantó hacia mí el mentón apuntando hacia la india de modo inquisitivo. Con la mano le dije algo así como un después te explico. La mujer terminaba de doblar un último pantalón (por el tamaño deduje que era de un varón) y yo le pregunté, en la esperanza de que por ahí podía toparme con alguna sorpresa. “Sólo por curiosidad, ¿le puedo preguntar su nombre?”. Con su rostro gordo y abotagado me dijo un seco “Annie. Mi nombre es Annie Lewis…”. “Ha sido un gusto Annie”, le dije, extendiéndole tontamente la mano, lo cual hizo que se descolgara uno de los bolsos que ya había puesto sobre los hombros. “En realidad no es ése mi nombre”, dijo, “En realidad odio ese nombre. Es un nombre de blancos. No es ése mi nombre”. “¿Y entonces cuál es?”, pregunté, más que nada por no saber qué añadir. Entonces la mujer pronunció algunas sílabas en ese inextricable y áspero lenguaje. “Dueh-Nah-Iéh. Es así como me llamo. Dueh-Nah-Iéh. Es la combinación del nombre de la familia de mi padre y el de la familia de mi madre. El clan de mi padre se llama Luces-Del-Cielo. El de mi madre Cuerpo-De-Agua, como un lago o un río. Y es así que mi nombre es Luces-Del-Cielo-Reflejadas-En-Un-Cuerpo-De-Agua. Mi madre solía decirme que soy Reflejo-De-Estrella-Sobre-Una-Laguna-Quieta. Es un nombre del que no podría estar más orgullosa. ¿Acaso no le parece un nombre del cual uno puede sentirse realmente orgullosa?”. Absorto, quedé literalmente boquiabierto: esa mujer tan poco agraciada tenía el nombre más bello que jamás hubiera yo escuchado. “¡Adiós, escritor!, ojalá disfrute de su paseo. A lo mejor alguna vez escribe algo acerca de esto…” dijo sin esperar mi respuesta, levantando los pesados bolsos de su lavado justo en el momento en que Chicho e Ileana se acercaban con los suyos. “Adiós, fue un gusto”, le contesté sin que ya me escuchara. “ ¿Y eso…?”, dijo Chicho. “Nada, Chirrín… cosas de escritores, apenas.”
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Han pasado siete años de esto que describo y la verdad es que ha habido muchas ocasiones en que he tenido la necesidad de contarlo, sin haberme propuesto seriamente hacerlo, en efecto. No obstante, en más de una ocasión -en alguna de las circunstancias en que se me dio por acomodar las siempre revueltas cosas de mi primer cajón (que, como todo primer cajón tiene por sino definirse como el más revuelto de la cómoda)- he salvado del olvido la libretita que tiene el logo verde del Holiday Inn de la 8th. Street en el que prestamente, al llegar de la lavandería, anoté las dos o tres palabras rescatadas de tan inusual charla. Una esquina, desteñida ya, ha ocultado para siempre la pronunciación de la palabra maíz. Tal vez sea buena la ocasión para, esta vez sí, comprometerme a escribir algo, alguna vez, acerca de ello. Quién sabe, sí, hasta sería buena idea escribir algo acerca de ello...
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// Padre, pueblo, luces del cielo, cuerpo de agua. Como si tener palabras en el fondo del cuerpo y ser necesario volcarlas. Padre, pueblo, luces del cielo, cuerpo de agua, tienda, desierto, caballo, libertad, agua, mujer, paz, libertad. Ojalá vida dar ocasión de conocer todas las que faltan: padre, madre, hijo, pueblo, mujer, paz, recuerdo. Ojalá, alguna vez, aprender a hablar lengua del hombre. Ojalá alguna vez tener suficiente paz para ello. Ojalá, escritor…...//
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07 octubre, 2008

"Talara, Talara, El Alto..."

Plaza de Armas de El Alto (foto Flicker)
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El Viejo Simondini tenía de vez en cuando algunas salidas geniales. Célebre era la anécdota en la que, recién llegado al campamento de Río Colorado, se fajó cara a cara con un ratón que había en su cocina, al cual mató tras algunos escobazos: tomándolo de la cola, lo iba enseñando por todo el campamento orgulloso de la hazaña. No esperó, sin embargo, que el ratón no hubiera muerto y que en un último acto de ratonil valentía, se enroscara sobre su cola y mordiera al Viejo en el índice, lo cual le supuso aplicarse las cuchumil vacunas contra la rabia. A él debo el recuerdo de eso que reza que "Los jugos de la mañana deben ser ácidos, así uno se ayuda para eliminar los gases acumulados durante la noche", lo de decir mil veces seguidas y con tono musical "Muy bien, muy bien, muy bien, muy bien, muy bien...", a sus "Viejo, ¡qué olor! ¿es que aquí todos comen cadáveres?" de cuando entraba al block de baños de las oficinas (y del cual salía con el pantalón subido casi hasta el pecho) y aquello de "Muy bien... hemos comiiiido...", una vez que engullía algunos bocados de esos almuerzos que devorábamos literalmente sobre los escritorios de esas oficinas de El Alto que parecían sacadas de locaciones de El Gran Chaparral. Dicho de paso, el almuerzo de esos días invariablemente sucedía a que El Viejo abriera, lentamente y con la punta de uno de sus lapiceros, alguno de los tuppers que contenían el almuerzo, explicando que no le gustaría encontrarse con algo que estuviera vivo, pues 'cualquier cosa que despida vahos calientes y de color verde, como los de esta comida, debe necesariamente ser extraterrestre...'. A su léxico, algo displicente y neologista, había incorporado palabras singulares como 'modífica', 'nomenclador' y 'rulemán', términos que usaba con tanta facilidad como cuando eructaba un furibundo '¡Chango!' para llamar al chico que lavaba los carros y hacía la limpieza. Si algún buen consejo alcanzó a darme fue aquel de que 'procurara nunca dejar de tener una novia en cada puerto, así fuera fea: eso, al menos, Barrientos le va a garantizar que los domingos siempre tendrá dónde caer a la hora de los tallarines'. Por cierto, no me gustaba su costumbre -tan argentina- de llamar a la gente por los apellidos y por eso en más de una ocasión le corregí a fin de que me llamara simplemente 'Carlos' o 'Sr. Barrientos', si quería realmente insistir con el apellido (muy hecho a la pechugonería, siempre se zurró y me llamó Barrientos, a secas). De hecho, el chiste que más recuerdo haberle oído fue cuando se refirió a alguno de sus compatriotas con quien compartíamos laburo como 'radiador': '¡Es que se levanta a todos los bichos que se le cruzan en el camino, el muy boludo!'.
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Aunque Simondini tenía regularmente buen humor y una chispa muy aguda, a menudo se enfadaba por naderías y rumiaba sus cóleras mordiendo la boquilla de una pipa que no encendía por días enteros. Ser bajo para él nunca fue un obstáculo, y como colofón de ello se había casado con una señora que le sacaba fácilmente cabeza y media de estatura. Con ella tuvo felizmente tres hijos, según me parece recordar, y me enteré de su tardío divorcio -tras casi treinta años de matrimonio- cuando de casualidad vi a la esposa y a la hija mayor hablar de cosas esotéricas en el Canal Infinito; a juzgar por Google, la hija es avezada buscadora de ovnis. Al preguntarle a Guido por ello, me contó de que los Simondini se habían divorciado y que él había decidido regresar al Perú. Una de las últimas cosas que me enteré acerca de él era que se había mudado a Chiclayo, en apariencia con un nuevo compromiso, y que tenía no sé qué negocio allá. En un mail dedicado a otras cosas, Guido me ha dicho hoy que El Viejo Simondini ha muerto, sin abundar en detalles.
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¿Habrá imaginado -digo- lo gratuito de su influencia en el recuerdo de su incidental tangencia por la vida de otros que, como yo, compartimos esos años de Talara? Imagino que la respuesta es no. Yo no lo vi desde que salí de ésa, hace algo más de veinte años y el único testimonio gráfico de que él y yo coincidimos en Pérez-Companc son las fotos de la reunión de la noche de mi fiesta de despedida. Para darme de mi lado, recuerdo que esa vez dije: "Hay tantas flores y tantos manteles blancos, que me parece que estoy reeditando mi primera comunión"; estoy seguro que El Viejo Jorge Pérez Simondini rió de buena gana con ello antes de hacerle a "Chiche" Hvala algún comentario socarrón del tipo "Sí, sí, boludo... mucho discurso y mucha palabrería pero, che, ¿a qué hora es el morfi...?".
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Descanse en paz, Sr. Simondini, hombre(cillo) simpático, si los ha habido. Y no se preocupe, que apenas lleguen los tuppers de vahos verdes, ahí le aviso.
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20 setiembre, 2008

Las Mil Razones Por Las Que No Me Gusta Que Me Digan También Davicito (Hoja Del Diario de David Peña Unzátegui, Davicito Jr., 1973)

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(Setiembre 1973, fragmento)
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La razón es que odio a mi padre. Si bien cuando yo era chico me gustaba subirme a esa Harley en la que -me contaba- había recorrido los cuarenta y ocho Estados continentales de U.S.A., cada que se larga a hablar de la gallada con que realizó viaje tan macanudo, se pone bien heavy cuando dice que que un poco más y fue lo más despiporre que le pudo pasar en la vida. Ahí es cuando me entran las ganas de decirle “Viejo… Tú y yo no nos comprenderemos jamás…”.
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Me explico. No es que realmente lo odie, ¿manyas?, lo que pasa es que muchas veces no entiendo lo que me quiere decir y debo hacer un cansador esfuerzo de irlo traduciendo palabra a palabra. O sea, cuando me dice “Davicito, ¿hoy saldrás con el lomo que es la vecinita?” le tengo que explicar que eso está out, que ya no se dice lomo, que ahora se dice gila, y que no iré a ninguna jarana de rompe y raja (en la que seguramente se tocarían guarachas, mambos y boleros) sino que vamos a un tonazo en Maranga con los propios Traffic Sound. “Viejo” –le digo- “En tus épocas las mujeres eran ricotonas y estaban de mamey, pero ahora ya no. Ahora son simplemente ricas. Los patas ya no se trompean, ni se dicen zamba canuta ni se sacan la ñoña: ahora se mechan, se putean y se sacan la cónchesumadre.” Él pone los ojos raros, como quien siente que la juventud se le aleja (él, que fue uno de los primeros en usar blue jeans acá), como añorando el calor de las reuniones con sus causas (“¡Patas, viejo, patas!”). “¡Ésas son cosas de faites, Davicito! Ten precaución”-me dice- “¡Si no chineas bien, te pueden hacer el ocho y ahí sí, la leva!”. ¡Como si yo no luqueara que me quieren atrasar y se arme la cagada!. “Puchi cana, Davicito, tú procura ubicarte donde haya gente gagá, en lo posible”. Ya no le puedo explicar, por farragoso, que ya no hay gente gagá, que se extinguieron casi todos después del golpe de los cachacos, que les que a muchos les quitaron todo y que… ¡ufff!, ya me agité.
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Pero, viejo, ¿por qué no nos entendemos, carajo?. ¿Acaso no sospechas que cada vez que me dices “¡Agarra esa flor!” yo pienso, “¡Puña lada!, el viejo empezó de nuevo con sus artistadeces”, y miro el segundero del Altimatic para ver cuánto te vas a demorar en añadir que en tus tiempos (¡brrr!) era morrocotudo fastidiar a los polis que te querían meter en chirona, mientras te rapaban las casposas a ti y a tu amigo el Efra, que a pesar de que era un coco le gustaba meter chacota hasta que pedías chepa de tanto reír (“¡Bien cicuta era!”, añades siempre). Viejo, viejo, viejo…: si quieres que te entienda dime que los tombos te iban a meter a la cana, mientras les dejaban las chimbas a coco a ti y al gordazo del tío Efraín, que aunque era un capazote, metía un chongo que te hacía ver a pichirro de la risa (“¡Era un chucha!”, dime, por si en una de ésas te entiendo). ¡Y a ver si de una vez tu charcheroso razonamiento (tu chambría entender) aprende que ya no se dice hojita de té a los cabros, que la pichicata ahora es macoña, que las medias libras ya no existen (mucho menos los solifacios), y que ya no se piden pitillos, sino fayos! Ay, viejo, viejo, últimamente ya me estás llegando…
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Por hoy lo dejo ahí. Voy a sacar la Bultaco del garaje para irme al entrenamiento en el Zen Bu Kan; de ahí –quién sabe- me doy una vueltita por el Dávory de San Isidro y después a rutear por el final de Larco, a ver si a lo mejor me levanto una ruquita como la de la vez pasada (pelanduzca, viejo, ya sé que se dice pelanduzca). Ahí te paso el yara si es que han llegado más jeans en la tienda Lorenzo & Pepita. Fíjate... ¡los jeans! al menos, en algo sí coincidimos.
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10 setiembre, 2008

Hi-Q (Facebook De Poesía & Ciencia)


[El dadaísmo miraba el mundo con cierta ironía. En tal sentido, me suscribo dadaísta (¡chúpate ésa, Man Ray!)].
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Ahora que se acerca el fin del mundo (en nuestra cama habitual en una noche de lluvia) con esto de la pruebas con partículas subatómicas con el Acelerador Hadron, y la humanidad entera a punto de encogerse los hombros con la mano puesta sobre la boca abierta como diciendo '¡Ups!', siempre hay espacio para regar con la frescura del haiku estos últimos días de Pompeya (¡Pompeye el marino soy, puuu, puuuuu!)
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En esta ocasión -en calidad de primicia y con traducción simultánea- El Otro Metrónomo se enorgullece en presentar (In this occasion, The Other Metronomer proudly presents...) las expresivas muestras de haiku (...the wise and expressive samples of haiku poetry) que engalanan las puertas de los servicios higiénicos del campus (...that illuminate the campus bathroom doors) en la Facultad de Física de la Universidad de Hagward (...at Hagward College Physics Faculty), inscritos ahi por (...written there by) algunos de sus más pícaros estudiantes (...some of their most stupid, criminal and motherfucker students!).
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El estilo, drásticamente apegado a la sólida formación matemática, revela también la genuina preocupación por el progreso del experimento en ciernes y seguramente merecerá el encendido elogio de la crítica especializada. Se recomienda leer con detenimiento este trascendental aporte.
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Frontera Franco Suiza
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Infinito hecho en queso
Munchkins de gruyère
Rellenándolo todo
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.....Erótica
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.....Halle, Bartola, Payandé
.....Aretha, Tait y Mamainé
.....Universo feliz de agujeros negros
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Fractal (Física II)
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Rictus que eructa Fructus
Brutus, ¿cactas?
Manan cactus
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.....Freddy Mercury
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.....Dios ha muerto
.....Cabalgando un micrófono
.....Trav'lling at the speed of light...
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Pequeña Delicia De La Vida Conyugal
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Camisa de lunes,
Un ojal desdentado y esposa atenta
Pegando un protón
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.....Vertedervm
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.....Moebius ebrivs
.....Caiendvm de redvndantem cvlvm
.....Epi orificivm negrvm
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Reloj Suizo ('Yo No Fui' o Égloga A Bart Simpson)
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Al paso de Longines,
Dulce, el mundo hace Swatch
Envuelto en oscura Omega
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01 setiembre, 2008

Domingo En La Noche (Epilogue)

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"Los Invasores… seres de un planeta que se extingue. Destino: la Tierra. Propósito: adueñarse de ella. David Vincent los ha visto. Para él, todo empezó con un camino solitario, buscando un atajo que nunca encontró... Empezó con un merendero cerrado y abandonado, con un hombre tan fatigado que no podía seguir el viaje. Empezó con la llegada de una nave de otra galaxia. Ahora, David Vincent sabe que los Invasores han llegado, que se han adaptado al aspecto humano. De alguna forma, debe convencer a un mundo incrédulo que la pesadilla ha comenzado…"
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30 agosto, 2008

Filosofía Barata & Zapatos de Fútbol


Yo contaba con ocho la tarde en que El Doctor nos dijo a Alfredo, a Chicho y a mí su consabido “¡Ya!, ¡suban al carro!” (cuando esto ocurría, por regla general era después de que nos hubiera dicho en inglés “Do you want to go to get something to eat?”, frase cuya pronunciación sólo era comparable con el perfecto “Put it off!” de cuando pedía apagar la luz). Eran las vacaciones que cerraban 1969 (¡tremendo año de alunizajes, clasificaciones y Modugnos!), pues me acuerdo que ya hacía calor y vestíamos pantalones cortos. El Doctor enfiló el Odsmobile desde Acequia Grande hacia la Av. Fátima, subió por Ayacucho, volteó en Chavín y tomó a calle Junín de bajada, justo hasta la esquina de la calle Ica, al edificio del japonés Osaki. Nos dijo “Llegamos, ¡bajen!”.
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Por harto conversadas, no abundaré en las causas que motivaban nuestra emoción por el fútbol, pero a esas alturas de la niñez era vital que uno hubiera tomado partido por algún equipo de la profesional. Hacía poco más de un año, mi madre nos había comprado unas tazas plásticas para poder identificar el menaje del creciente enjambre de sus hijos (en esa época ya éramos seisitos, tres varones in a row). A Alfredo le tocó una taza que tenía impresa la imagen del equipo de la “U” y la de Chicho, del Cristal. No me explayo sobre la que me tocó a mí porque sería motivo de justificado escarnio público. Sobre esto baste decir que la camiseta del equipo era listada y blanquiazul, sino con el que tuve que convivir hasta poder salir del clóset futbolero a fin de aclarar, urbi et orbi, que de ninguna manera podía ser hincha de un equipo con aspiraciones tan miserables que para sostener su precaria devoción llama a sus pares íntimos, y que según mi madre -pobrecita ella- me había tocado en suerte hinchar (creo que ya conté acerca de la enorme proximidad de ella con este deporte con la anécdota de cuando con El Doctor fueron a Río y conocieron el Maracaná, una tarde en que jugaba Pelé: “Qué bonito estadio, ¡hasta grass tiene!”, dijo mi mamá añadiendo acto seguido al ver el listado de los jugadores y sus números, “Huy, nos fregamos, ¡10!, ¡Pelé recién juega al final!”). Por sólo una semana aguanté tamaño baldón hasta que mi abuela –chiclayana como mi madre- acudió en mi ayuda sugiriéndome que podía ser hincha del hazañudo Aurich de Goyzueta, Próspero Merino, Schwagger y Carbonell; acepté, aclarando que fue una salida táctica y de no hard feelings para con mi madre, permitiéndome desembarazarme de tan patético como victoriano destino (credo quia absurdum: ¡victoriano!). Finalmente, como se publica en todas mis biografías, soy hincha del mejor equipo del mundo, cuyo nombre me guardaré de decir en honor a Lolo, al Chumpi, al Chemo y al Puma, gloriosos jugadores que lucieron su enseña. Pero más, Alfredo y yo éramos entusiastas seguidores de “Pregón Deportivo” [“Un canto de amistá, de buena vecindá, unidos nos tendrá eternamente…”] programa radial conducido por Óscar Artacho, quien –siguiendo el precepto britanófilo de los argentinos de la época que escondían bajo la alfombra del inglés futbolero raíces incuestionablemente ítalas- narraba todavía con vocablos dignos de los partidos inaugurales del Lima Cricket & Football Association allá por mil novecientos: insider (dicho insáider), forward (fógüar), half (jalf), goalkeeper (golquíper), throwing (fragüin), out (áus), free kick (friquí, del que alguna vez ya hablé) y hasta goal kick (golquí). [¡Corner decimos hasta hoy, así que no jodas, Goldo!].
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Pero volviendo al punto... Si bien aquella tarde en que salimos con El Doctor, éste no nos había dicho donde íbamos de modo que el detenernos ante la tienda de deportes nos hizo soslayar por dónde venía el asunto. Osaki –entonces en sus late twenties- era un hombre que atendía una pulcrísima tienda junto a su madre, una señora japonesa de pelo cano que vestía algo así como kimonos lustrosos. Nosotros íbamos regularmente a comprar ahí pelotas de pimpón y, al menos a mí, las amplias vitrinas de vidrio y aluminio en las que Osaki mostraba su mercadería siempre me había parecido una versión más ordenada y progresista que su contraparte, la tradicional “Casa Cuba” de la calle Santo Domingo, cubículo de pocos metros cuadrados que rápidamente saturaban dos enormes mostradores de madera. Cuando uno es niño, dicho sea de paso, no se fija en nimiedades tales como aquello de que vender una sola línea de productos puede o no ser rentable: desde que la “Casa Cuba” empezó a vender faldas de uniforme, escudos y galoneras, perdió su aura de almacén deportivo para volverse una especie de bazar informe, en donde mercaderías muy dispares y de calidad irregular convivían al lado de las selectas confecciones de Olímpico. “Doctor… -dijo Osaki a modo de saludo- ¿en qué lo puedo atender?”. “Aquí, quiero comprar chimpunes para los chicos, ¿tendrás como de sus tallas?”. Volteamos a mirarnos con los ojos enormemente abiertos, ¡nos iban a comprar chimpunes!
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En los presentes y sintéticos tiempos de Adidas Predator y Nike 90 (¡hasta tienen nombre!), los zapatos de fútbol de esa época resultarían reliquias. Los que nos compraron esa vez cumplían seguramente con los estándares aceptados para el Mundial de 1930: capellada negra -de rigor- y hasta la altura del talón (propiamente, botines), pasadores blancos y tan largos que pudieran atarse dando dos vueltas sobre el empeine y bajo el arco antes de armar el nudo, y seis cocos de madera sujetos con clavos, alineados en la suela por pares, dos filas adelante y una atrás. Osaki salió de la trastienda con tres cajas de color beige, de las cuales empezó a sacar los chimpunes. “¡Pruébenselos!”, nos dijo El Doctor. No había emoción comparable para un niño de esa edad y época como calzarse un par de chimpunes, amarrárselos fuertemente, ponerse de pie y sentir bajo los pies el cric cric cric de los cocos al caminar sobre el cemento. “¡Cuidado y se resbalan!”, advitió el Doctor. “¡A la chacra, a la chacra!, ¡vamos a la chacra a jugar!”, dijimos entusiasmados, saltando a su alrededor. “A la chacra. ¡Ya!, ¡vamos a la chacra!”. "¡Yeeeee!", dijimos Alfredo y yo, mientras recogíamos a Chirrín que, efectivamente, se había resbalado.
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De esa tarde, la primera vez en que jugué fútbol con chimpunes en la canchita que El Doctor había mandado a hacer en el rectángulo al lado de donde hoy está la piscina, añadiendo arcos hechos con listones de madera azul, me acuerdo solamente de la enorme cantidad de tierra que se me metió los zapatos nuevecitos y del enorme esfuerzo que es jugar sobre tierra prácticamente recién arada. Debo admitir que desde entonces “Gramajo” (Alfredo) tenía sus artes y Chirrín, enanito-que-se-le-cae-el-pantaloncito, demostraba un endiablado dribling (¡gracias otra vez, Artacho!), el mismo que lo caracterizó hasta sus días universitarios en la U.A.G. (o sea, por lo que le duró ser el muy cague de risa Chirrín que luego dio paso al lacónico doctor en que lo han convertido los años y el golpazo en la cabeza que se dio por saltar con sus chimpunes recién comprados). Yo no jugaba ni bolitas, razón por la que años después hube de camuflar tal impericia mediante el sabido ardid de meterme en el arco. Como fuere, la canchita de la chacra fue escenario de borrones, tiros al arco y pichangas hasta que nos mudamos a la casa de madera y al Doctor se le ocurrió construir una cancha de cemento, la cual está ahí hasta hoy como mudo testigo y lugar común (lugar común, porque en Chincha el que menos tiene una canchita de cemento en su casa), y esos primeros chimpunes ya habían cumplido una larga serie de campañas futboleras. Algunos años después, cuando vinimos a estudiar a Lima, los chicos del colegio usaban Adidas con suela y toperoles de plástico que sus padres se apresuraban a encargar de Argentina y, aquellos menos afortunados, habían de agenciarse los Merkur o más fallutes Bata Tigre. Hoy, en las esporádicas noches en las que acudo a jugar con la gente de la oficina a la cancha de grass sintético de Deporcentro, me veo en la necesidad de calzar esa especie de zapatillas plasticonas de enclenques y tímidos toperolcitos que hace rato dejaron de ser chimpunes. Ni siquiera cric cric cric hacen, caracho… ¡Si hubiera sabido cuánto iban a significar, vistos a la distancia, esos primeros chimpunes, estoy seguro que aún estarían en mi armario, esperando la oportunidad de saltar a la cancha a pegar pelotazos for good!
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[Hace un rato dejé de escribir porque me llamaban a almorzar un rico sancochado, con caldito, coles y salsa huancaína más. A mitad de comida Santiago me preguntó “Y, papá… ¿estás escribiendo para tu blog?”. “Ah, sí… -le dije- Estoy escribiendo algo acerca del día en que mi papá me compró mi primer par de chimpunes”. “¿Y eso cómo fue?”. Entonces le dije “¡Ah! ¡eso fue tal y como te pasó el día en que contigo fuimos a comprar tu Nintendo Wii!”. Abrió los ojos de modo descomunal y me dijo, emocionadísimo y dejando caer su choclo, “¡Asu!, ¿tanto así…?”. “Sí, compadre. Como cuando te compré ese Nintendo Wii…”. Y ahora me voy, porque debo llamar al Doctor por teléfono para contarle que creo que nunca le agradecí debidamente que esa tarde nos llevara a la tienda de Osaki, en la esquina de Junín con la calle Ica. No vaya a ser que, con el tiempo, Santiago se vaya a olvidar de hacer lo mismo…]
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22 agosto, 2008

Poesía Destilada

Siempre atentos a la difusión de la poesía universal, extraemos la siguiente selección de la página de Haiku del Instituto de Lenguas de Osetia del Sur. Reconocemos algunas imperfecciones en lo que fue una morosa traducción (las más visibles las hemos marcado con signos de interrogación), dado el sucesivo tránsito del oseto al ucraniano, de éste al ruso, del ruso al alemán y desde éste -a su vez- al castellano. No obstante ello, el portentoso espíritu poético y la inusual fuerza creativa de los aprovechados alumnos de dicha escuela, no se disipan en modo alguno. Para muestra, los siguientes garabatos.
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Julbo (?)
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Judío amateur
Inerte arquero
Pichanga: tré’ golem
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..........Infancia
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..........Pichi poto pichi
..........Del dos, del uno
..........Caca pedo pedo
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Tecnología
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Piedra, papel
Punzante tijera
¡A la seca!
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..........Lo Oscuro
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..........Rizos tendidos
..........Axila densa
..........Arrima el zambo
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Olimpicuster (?)
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Media luca
China impaga
Carrera sin fin
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..........Rachi (?)
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..........Caliente tripa
..........Papa y ají
..........Bailan sobre el fierro
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Nostalgique (en francés en el original)
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Tic tac tac tac
Latidos marcados
Por otro metrónomo
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13 agosto, 2008

A Pedido De La Otra Mitad De La Hinchada: Más Voley Playa O Taco De Ojo (Tuerto), Que Le Dicen En México

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"¡Oy, cojulo, así se lompe la led...!".
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"Te quiero yo, y tú a mí,
Somos una familia feliz..."
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"¡Chiiiicas, palmadas... ssssao!".
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"¡Oy... No me la mandes asíiiii...!".
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"¡Híiiiijole...!
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"Douh...!"

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(Yapa del post anterior)

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10 agosto, 2008

Espíritu Goldímpico (A Pedido Del Público, Pero Sin Cambio De Camisetas)

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"Un poquito de silicona aquí, y otro poquito aquí...".
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"¡Yan, ken...!".
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"¿En cuatro, así?".
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"Sí... Dos chelitas, así como para empezar..."
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"¡Hazle así, pa' que se distraiga...!".
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"Your place, or mine...?".
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"Ay, Goldo, es que ajuuuuusta...".
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