22 octubre, 2006

¡Qué Calor!, Con Subterráneo Ruido...


Llegó, felizmente, el remedio para los neblinosos y algo fríos días que ha vivido Lima en estas cuatro semanas desde que empezó la primavera. El pasado viernes, a las 5:45 a.m., frente a las costas de Chincha se hizo un recordaris de magnitud 6.4 de la escala de Richter a esta alzheimeriana temporada de primavera de que ya era hora de que comenzara a solear, a echar flores y a permitirnos cantar alegría, alegría de natura que canta / alegría, alegría de nuestra juventud, ¡ra, ra, ra! (digresión: como si Chincha no existiera, algunas cadenas informativas ubicaron el epicentro al suroeste de Cañete y otras al noroeste de Pisco, a resultas de lo cual hubo un ignominioso y cómplice silencio acerca de la Capital de la Cordialidad, que no sé por qué, ¡caracho!, no tiene derecho siquiera a tener epicentro propio… cosas de apristas, seguramente).

El comentario que recibí de una amiga, compañera de trabajo, al llegar a la oficina fue: “¡Claro, si ya tenía que haber un temblorcito, para que cambie el clima!”. Inquieto por tan monumental como perspicaz derroche de cultura climatológico-telúrica (la cual convocó el únanime y respetuoso murmullo de asentimiento de todos los otros compañeros que presenciaban la charla) inquietó profundamente mi modestísimo y poco cultivado cacumen. Esta tarde Googleé por un buen rato hasta arribar a las siguientes pasmosas comprobaciones, las cuales no sólo derribaron mi mentecato escepticismo, sino que corroboran al milímetro tan fenomenal aserto:

(a) En Japón ocurren cinco mil sismos cada año, es decir, unos catorce diarios de promedio. Tal, creo, es la explicación de que haya tantos japoneses (ciento treinta millones, nada menos): entre cambio y cambio de ropa, según cada variación en el clima (el lector sagaz inferirá que ello ocurre catorce veces durante el día), los ponjas aprovecharán más que seguro para uno o varios entusiastas rapiditos (en inglés, unos quickies). No sólo eso; sorprendentemente el modo de decir “” en japonés es “Hái”, palabra que se origina en un involuntario remedo de un estornudo, dicen los semiólogos, causados por la frecuencia agotadora de tanto cambio de temperatura. Tiens! ¡A’i tá!.

(b) En las costas del este de Norteamérica no ocurren terremotos. Se ha verificado (sotto voce) que el hacer aparecer a Nueva York con nieve en Navidad no es más que un elemento más de la enorme conspiración de los white anglosaxons protestants (wasps, que les dicen) a fin de hacer desistir al resto de los habitantes de este planeta que es bacán to live in America (ahora me explico mejor lo del muro con México). Asimismo, en las feraces pampas argentinas tampoco hay terremotos: por razones de tercermundismo y bajo presupuesto, sólo se hace caer lluvia sobre la pampa (¡Yyyyy!, no alcanzó pa´ la nieve, che, no alcanzó…); el artilugio -si bien eficaz, algo imperfecto- detuvo por largo tiempo las olas migratorias desencadenando, en consecuencia, el desarrollo autárquico del singular homo porteñus, cuyas características huelga aquí ampliar (¡eso les pasa por afincarse en la zona bonita, pues!).

Tras enterarme de todo esto, pienso en la futilidad de haber invertido tantos cientos de miles de dólares en estudios para el pronóstico de temblores (a más de las tantas entrevistas que le endilgan al pobre sismólogo Julio Kuroiwa -¡hai!- que, por cada temblorcito que supere el grado 3, tiene que dar una explicación acerca del Cinturón de Fuego del Pacífico y la pussy of the cat... como diría Augusto, al hacerlo debe estar más aburrido que El Gordo Casaretto contando un chiste de Pirula). Para la costa central peruana bastaría nomás -¡qué perogrullada!- echarle una miradita al calendario y marcar con rojo las fechas de ocurrencia de los equinoccios y solsticios (21 de Marzo, 22 de Junio, 23 de Setiembre, 22 de Diciembre). Voilà! Más seguro que el sexo seguro, al menos cuatro temblores por año, fully guaranteed.

Así que después no digan que no les advertí.

2 comentarios:

Los hijos negados del Dr. No dijo...

Aclaración Muy Pertinente:

Si bien gringos e ingleses distinguen entre 'weather' (tiempo) y 'climate' (clima), el castellano es algo más permisible y permite referirse a ambos conceptos como 'clima', pese a que en el fondo no sea ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario. Sin embargo, ante la consulta telefónica de hoy hecha por un buen y respetado amigo, contesto lo siguiente: no; no es verdad que el pavor hacia los temblores tenga algo que ver con lo climático, pero sí con lo climateriológico, como Ud. bien señala a partir de la observación de que, cada vez que se produce un sismo, todas las tías salen despavoridas gritando '¡Aplaca tu ira!' y pidiendo a gritos que no sea el fin de la cultura occidental, tal como la conocemos.

Espero haber despejado sus inquietudes.

Los hijos negados del Dr. No dijo...

Para mi compadre y lector, quien siempre colabora con atinadas acotaciones a estos posts, anoto el poema 'El Temblor' de Clemente Althaus, de 1857, el cual ilustra el respeto de la fauna limeña para con esos fenómenos, como que -de pasarella- corrobora el comentario previo:

«Temblor» sonó; con subterráneo ruido
velocísimo llega de repente;
Moverse el suelo, cual bajel, se siente,
Y crujir techo y muro sacudido.
Con voladora planta sin sentido
La calle ocupa la espantada gente,
Que se humilla confusa y se arrepiente
Y a Dios clama en altísimo alarido.
Pasa el peligro y rápido se olvida;
Al saludable espanto reemplaza
La viciosa costumbre de la vida.
Mas teme, oh Lima, teme a tu enemigo
Que, si hoy sólo pasó cual amenaza,
Vendrá tal vez mañana cual castigo.