21 enero, 2006

Del Sencillo Arte De Escribir Cartas (Que No Ha Muerto, Ni Seguirá Muriendo)


Lima, 21 de Enero de 2006.

Mi Muy Querido y Estimado Corresponsal:

Quiero contarle que alguna vez estuve dieciséis horas con una página en blanco delante de mis ojos, sin atinar a escribir absolutamente nada… A decir verdad, ni era página, ni era blanca. En esos lejanos tiempos escribía una aburridísima tesis, y la página (azul) era la del televisor Sony cuyas imágenes manipulaba el manejador de textos de una incipiente Atari. En esos días, yo estaba acabando con la lectura de 'El Amor En Los Tiempos de Cólera' y estaba fascinado con la determinación de Florentino Ariza para evidenciar su invencible amor hacia Fermina Daza a través de toneladas de sufridas cartas (por cierto, me apenaba sobremanera que, un poco más, y las escribiera con tinta hecha de vómitos fragantes, como la vez en que se bebió un frasco de agua de colonia sólo para enterarse a qué sabía emborracharse de la mujer amada). Empecé a identificarme más con el personaje cuando leí aquello de que un ya envejecido Florentino se permitiera escribir algunas de sus singulares cartas a la viudísima Fermina en una máquina de escribir (descontando que lo hiciera más como un signo de distinción y mucho antes de que ello constituyera una falta de cortesía).

Le cuento que renegué del absurdo de no haber podido escribir ni una línea seria en todas esas dieciséis horas (supuestamente, aquellas de mi tesis… Es más, le cuento que, fuera de de una irónica respuesta a un anónimo que alguna vez recibí, casi me podría preciar de haber jamás escrito una línea en serio), y al mismo tiempo me fasciné pensando en la posibilidad de escribir cartas personales en un procesador: cartas con textura, con la mejor ortografía posible, con los márgenes de los párrafos debidamente alineados, máxime habiendo entendido que el avance de los años iba obrando tan malamente sobre mi caligrafía. Desde entonces he escrito muchas cartas (como ésta que hoy le remito) las que, con toda seguridad, he disfrutado escribiendo más que el personaje de Fernanda Montenegro en la celebrada ‘Central Do Brasil’ (aquella mujer que escribía cartas pagadas para absolutos desconocidos).

Pongo en su conocimiento que disiento de quienes piensan que el e-mail -esta especie de fast food epistolar- esté matando el arte de escribir cartas. Como Ud. sabe, lo más importante de una carta es el contenido y no el continente, fuere éste la propia piel de un náufrago, la señal de humo de un indio hoppi o el escueto y agilito tecleo de un SMS (es como postular que una carta no es una carta sólo porque no empieza como la presente, con un ‘Mi Muy Querido y Estimado Corresponsal’ y termina con un ‘De Ud. Seguro Servidor’). No. La idea es y seguirá siendo la de transmitir, en una codificación entendible (las más de las veces sólo) por los corresponsales, trozos de aquello que al otro no resulte evidente o, más pretenciosamente, trozos de la propia vida. Se entiende aquí que hay un carácter coloquial y excluyente (de práctica jerga de-a-dos, de a tres, o a veces de ménage-à-quattre) en el que decantan la mayoría de correspondencias que tienden a ser permanentes (espero sea el caso de ésta, la que nos ocupa a Ud. y a mí); por ello -supongo- algunas recopilaciones epistolares se vuelven sosas y herméticas a los ojos de lectores extraños, pues éstos son incapaces de conjeturar sobre la densa vastedad de las entrelíneas que contienen. Estoy más inclinado a pensar que una carta (me refiero a las cartas más íntimas, no a las serias) es un gesto único, irrepetible, ininteligible para nadie que no fuere corresponsal de ella (salvo -claro está- que Bryce le regale a uno la ingeniosa posibilidad de meterse en los personajes de Juan Manuel Carpio o Fernanda María del Monte Montes, en su ‘Amigdalitis de Tarzán’, ¿no le parece?)

Entonces, luego de tanta palabrería (como ve, soy fiel seguidor de mi propio estilo), lo que en realidad quería compartir con Ud. es el deseo de que el arte de escribir cartas nunca muera, querido corresponsal. De ello ocurrir, y verme privado de continuar poniéndole al tanto de mis avatares, cuitas y mis más profundos sueños, así como de conocer los suyos, quiero que sepa que aún podremos contar con el incomparable placer de la mutua relectura, pues aún en medio de la rebuscada textura y pretenciosamente buena ortografía que nos obsequian hoy los procesadores de textos, estoy seguro que sabremos encontrar la feliz enormidad de nuestras propias entrelíneas, las cuales son, como Ud. bien sabe, las mejores líneas que nos habremos podido escribir jamás.

De Ud. Atento Servidor,

Carlos Barrientos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En este instante me voy a retomar aquel viejo habito de enviar cartas amistosas a corresponsales extranjeros. Como cuando era niño y, en el colegio nos daban formatos para postearse con otros niños de la misma edad en diferentes partes el mundo, en esa época fui feliz, cuando recibía mi carta en un español mezclado con Holandés o Sueco inlusive un inglés británico que, a la larga ni aprendí el idioma, pero me encantaba responderles. Muy buen post Carlos, como siempre, de maestros.
HP