07 abril, 2006

Le Voyage Autour Du Monde D'Un Tournesol Dans Sa Fleur

Calle de la Cajita de Música, Tabio, Cundinamarca, Colombia

Con el respeto que me merecen los incontables lectores de esta sección de complacencias literario musicales (con perdón del paréntesis, digo incontables en razón de que serán dos o tres, y están muy bien ocultos los condena'os), quiero permitirme incontables palabras (con esto digo, dos o tres) de agradecimiento muy especial a:

La artesana de los ojos negros, amiga genial e incondicional parcera, por las enormes charlas, las caminatas lluviosas en veredas de todos los tipos, el inacabable café y por todos los bombones que, desde toda distancia, ayudé a engullir y bautizar.
A mi amhijo, por permitirme siete días ser su pamigo, usar la parte de arriba del camarote y consentirme moverle las figuras de la puerta del refrigerador.
A monsieur Le Capitaine, por los glosarios y los cuentos, más de tres cigarros, todas esas historias del valle y el Juanpi-sitting.
Al bluesman de los yogas y los antibióticos, por enseñar que el couscous es mucho más que una llana sémola, por las peroratas explicativas, las crêpes y el jugo de uchuva.
A Carambola, por el eco de Adriana Varela rebotando exactamente como lo haría en un conventillo, allá.
A la Calle de La Cajita de Música, por esperarme tendida, como si tal.
A La Esquina, por la comida y el vino de casa que no tuve en suerte, esta vez, recibir.
A las ausencias, las viejas y las nuevas. A las amables presencias, siempre ahí.
Al teatro y a todas sus letras, por la oportunidad de volver a deletrearlas.
Y a Bogotá, el TransMilenio y sus taxis, por tener las calles alineadas de modo que desde donde uno quiera, siempre pueda llegar hasta Tabio, Cundinamarca, allá, en la Gran Colombia.
Y a Alfredo Bryce, por la brillantez de decir que uno no vuelve a las ciudades, sino a los amigos.
[Al 6.Abr.06, nomás acabando de llegar]

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