(Setiembre 1973, fragmento)
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La razón es que odio a mi padre. Si bien cuando yo era chico me gustaba subirme a esa Harley en la que -me contaba- había recorrido los cuarenta y ocho Estados continentales de U.S.A., cada que se larga a hablar de la gallada con que realizó viaje tan macanudo, se pone bien heavy cuando dice que que un poco más y fue lo más despiporre que le pudo pasar en la vida. Ahí es cuando me entran las ganas de decirle “Viejo… Tú y yo no nos comprenderemos jamás…”.
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Me explico. No es que realmente lo odie, ¿manyas?, lo que pasa es que muchas veces no entiendo lo que me quiere decir y debo hacer un cansador esfuerzo de irlo traduciendo palabra a palabra. O sea, cuando me dice “Davicito, ¿hoy saldrás con el lomo que es la vecinita?” le tengo que explicar que eso está out, que ya no se dice lomo, que ahora se dice gila, y que no iré a ninguna jarana de rompe y raja (en la que seguramente se tocarían guarachas, mambos y boleros) sino que vamos a un tonazo en Maranga con los propios Traffic Sound. “Viejo” –le digo- “En tus épocas las mujeres eran ricotonas y estaban de mamey, pero ahora ya no. Ahora son simplemente ricas. Los patas ya no se trompean, ni se dicen zamba canuta ni se sacan la ñoña: ahora se mechan, se putean y se sacan la cónchesumadre.” Él pone los ojos raros, como quien siente que la juventud se le aleja (él, que fue uno de los primeros en usar blue jeans acá), como añorando el calor de las reuniones con sus causas (“¡Patas, viejo, patas!”). “¡Ésas son cosas de faites, Davicito! Ten precaución”-me dice- “¡Si no chineas bien, te pueden hacer el ocho y ahí sí, la leva!”. ¡Como si yo no luqueara que me quieren atrasar y se arme la cagada!. “Puchi cana, Davicito, tú procura ubicarte donde haya gente gagá, en lo posible”. Ya no le puedo explicar, por farragoso, que ya no hay gente gagá, que se extinguieron casi todos después del golpe de los cachacos, que les que a muchos les quitaron todo y que… ¡ufff!, ya me agité.
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Pero, viejo, ¿por qué no nos entendemos, carajo?. ¿Acaso no sospechas que cada vez que me dices “¡Agarra esa flor!” yo pienso, “¡Puña lada!, el viejo empezó de nuevo con sus artistadeces”, y miro el segundero del Altimatic para ver cuánto te vas a demorar en añadir que en tus tiempos (¡brrr!) era morrocotudo fastidiar a los polis que te querían meter en chirona, mientras te rapaban las casposas a ti y a tu amigo el Efra, que a pesar de que era un coco le gustaba meter chacota hasta que pedías chepa de tanto reír (“¡Bien cicuta era!”, añades siempre). Viejo, viejo, viejo…: si quieres que te entienda dime que los tombos te iban a meter a la cana, mientras les dejaban las chimbas a coco a ti y al gordazo del tío Efraín, que aunque era un capazote, metía un chongo que te hacía ver a pichirro de la risa (“¡Era un chucha!”, dime, por si en una de ésas te entiendo). ¡Y a ver si de una vez tu charcheroso razonamiento (tu chambría entender) aprende que ya no se dice hojita de té a los cabros, que la pichicata ahora es macoña, que las medias libras ya no existen (mucho menos los solifacios), y que ya no se piden pitillos, sino fayos! Ay, viejo, viejo, últimamente ya me estás llegando…
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Por hoy lo dejo ahí. Voy a sacar la Bultaco del garaje para irme al entrenamiento en el Zen Bu Kan; de ahí –quién sabe- me doy una vueltita por el Dávory de San Isidro y después a rutear por el final de Larco, a ver si a lo mejor me levanto una ruquita como la de la vez pasada (pelanduzca, viejo, ya sé que se dice pelanduzca). Ahí te paso el yara si es que han llegado más jeans en la tienda Lorenzo & Pepita. Fíjate... ¡los jeans! al menos, en algo sí coincidimos.
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La razón es que odio a mi padre. Si bien cuando yo era chico me gustaba subirme a esa Harley en la que -me contaba- había recorrido los cuarenta y ocho Estados continentales de U.S.A., cada que se larga a hablar de la gallada con que realizó viaje tan macanudo, se pone bien heavy cuando dice que que un poco más y fue lo más despiporre que le pudo pasar en la vida. Ahí es cuando me entran las ganas de decirle “Viejo… Tú y yo no nos comprenderemos jamás…”.
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Me explico. No es que realmente lo odie, ¿manyas?, lo que pasa es que muchas veces no entiendo lo que me quiere decir y debo hacer un cansador esfuerzo de irlo traduciendo palabra a palabra. O sea, cuando me dice “Davicito, ¿hoy saldrás con el lomo que es la vecinita?” le tengo que explicar que eso está out, que ya no se dice lomo, que ahora se dice gila, y que no iré a ninguna jarana de rompe y raja (en la que seguramente se tocarían guarachas, mambos y boleros) sino que vamos a un tonazo en Maranga con los propios Traffic Sound. “Viejo” –le digo- “En tus épocas las mujeres eran ricotonas y estaban de mamey, pero ahora ya no. Ahora son simplemente ricas. Los patas ya no se trompean, ni se dicen zamba canuta ni se sacan la ñoña: ahora se mechan, se putean y se sacan la cónchesumadre.” Él pone los ojos raros, como quien siente que la juventud se le aleja (él, que fue uno de los primeros en usar blue jeans acá), como añorando el calor de las reuniones con sus causas (“¡Patas, viejo, patas!”). “¡Ésas son cosas de faites, Davicito! Ten precaución”-me dice- “¡Si no chineas bien, te pueden hacer el ocho y ahí sí, la leva!”. ¡Como si yo no luqueara que me quieren atrasar y se arme la cagada!. “Puchi cana, Davicito, tú procura ubicarte donde haya gente gagá, en lo posible”. Ya no le puedo explicar, por farragoso, que ya no hay gente gagá, que se extinguieron casi todos después del golpe de los cachacos, que les que a muchos les quitaron todo y que… ¡ufff!, ya me agité.
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Pero, viejo, ¿por qué no nos entendemos, carajo?. ¿Acaso no sospechas que cada vez que me dices “¡Agarra esa flor!” yo pienso, “¡Puña lada!, el viejo empezó de nuevo con sus artistadeces”, y miro el segundero del Altimatic para ver cuánto te vas a demorar en añadir que en tus tiempos (¡brrr!) era morrocotudo fastidiar a los polis que te querían meter en chirona, mientras te rapaban las casposas a ti y a tu amigo el Efra, que a pesar de que era un coco le gustaba meter chacota hasta que pedías chepa de tanto reír (“¡Bien cicuta era!”, añades siempre). Viejo, viejo, viejo…: si quieres que te entienda dime que los tombos te iban a meter a la cana, mientras les dejaban las chimbas a coco a ti y al gordazo del tío Efraín, que aunque era un capazote, metía un chongo que te hacía ver a pichirro de la risa (“¡Era un chucha!”, dime, por si en una de ésas te entiendo). ¡Y a ver si de una vez tu charcheroso razonamiento (tu chambría entender) aprende que ya no se dice hojita de té a los cabros, que la pichicata ahora es macoña, que las medias libras ya no existen (mucho menos los solifacios), y que ya no se piden pitillos, sino fayos! Ay, viejo, viejo, últimamente ya me estás llegando…
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Por hoy lo dejo ahí. Voy a sacar la Bultaco del garaje para irme al entrenamiento en el Zen Bu Kan; de ahí –quién sabe- me doy una vueltita por el Dávory de San Isidro y después a rutear por el final de Larco, a ver si a lo mejor me levanto una ruquita como la de la vez pasada (pelanduzca, viejo, ya sé que se dice pelanduzca). Ahí te paso el yara si es que han llegado más jeans en la tienda Lorenzo & Pepita. Fíjate... ¡los jeans! al menos, en algo sí coincidimos.
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3 comentarios:
Viejo:
Ni te aparezcas por "Lorenzo & Pepita". Los jeans que han llegado están bien racas y no valió la pena siquiera que me achacaran el espejo de la Bultaco.
Pa' colmo Guayo Salas se había ido a su clase de lengua (¿no te acuegrdas que habla grragro?) y no hubo entrenamiento en el Dojo y encima un pata me dijo que el tono no va a ser con los Traffic, sino con Pax o con Telegraph Avenue.
No te olvides, si pasas por 'Héctor Rocca' comprarme el long play de Santana, 'Soul To Soul'.
Seguro que Davicito compraba sus casacas Mandril en "La Casa del Hippie" de Galerias Boza...
Caro cumpa: si bien admito que a veces se me da por la sequía publicativa, le agradezco la remisión de la información que sigue, pero creo que el serísimo estilo de esta columna me inhibe de publicar un post alusivo a las mascotas que Ud. piensa adoptar del Zoo de Manhattan:
"Roy and Silo, two chinstrap penguins at the Central Park Zoo in Manhattan, are completely devoted to each other. For nearly six years now, they have been inseparable. They exhibit what in penguin parlance is called "ecstatic behavior": that is, they entwine their necks, they vocalize to each other, they have sex. Silo and Roy are, to anthropomorphize a bit, gay penguins."
¡No, pues, cumpa! ¡Así no era Ud. en Perú!
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