El Viejo Simondini tenía de vez en cuando algunas salidas geniales. Célebre era la anécdota en la que, recién llegado al campamento de Río Colorado, se fajó cara a cara con un ratón que había en su cocina, al cual mató tras algunos escobazos: tomándolo de la cola, lo iba enseñando por todo el campamento orgulloso de la hazaña. No esperó, sin embargo, que el ratón no hubiera muerto y que en un último acto de ratonil valentía, se enroscara sobre su cola y mordiera al Viejo en el índice, lo cual le supuso aplicarse las cuchumil vacunas contra la rabia. A él debo el recuerdo de eso que reza que "Los jugos de la mañana deben ser ácidos, así uno se ayuda para eliminar los gases acumulados durante la noche", lo de decir mil veces seguidas y con tono musical "Muy bien, muy bien, muy bien, muy bien, muy bien...", a sus "Viejo, ¡qué olor! ¿es que aquí todos comen cadáveres?" de cuando entraba al block de baños de las oficinas (y del cual salía con el pantalón subido casi hasta el pecho) y aquello de "Muy bien... hemos comiiiido...", una vez que engullía algunos bocados de esos almuerzos que devorábamos literalmente sobre los escritorios de esas oficinas de El Alto que parecían sacadas de locaciones de El Gran Chaparral. Dicho de paso, el almuerzo de esos días invariablemente sucedía a que El Viejo abriera, lentamente y con la punta de uno de sus lapiceros, alguno de los tuppers que contenían el almuerzo, explicando que no le gustaría encontrarse con algo que estuviera vivo, pues 'cualquier cosa que despida vahos calientes y de color verde, como los de esta comida, debe necesariamente ser extraterrestre...'. A su léxico, algo displicente y neologista, había incorporado palabras singulares como 'modífica', 'nomenclador' y 'rulemán', términos que usaba con tanta facilidad como cuando eructaba un furibundo '¡Chango!' para llamar al chico que lavaba los carros y hacía la limpieza. Si algún buen consejo alcanzó a darme fue aquel de que 'procurara nunca dejar de tener una novia en cada puerto, así fuera fea: eso, al menos, Barrientos le va a garantizar que los domingos siempre tendrá dónde caer a la hora de los tallarines'. Por cierto, no me gustaba su costumbre -tan argentina- de llamar a la gente por los apellidos y por eso en más de una ocasión le corregí a fin de que me llamara simplemente 'Carlos' o 'Sr. Barrientos', si quería realmente insistir con el apellido (muy hecho a la pechugonería, siempre se zurró y me llamó Barrientos, a secas). De hecho, el chiste que más recuerdo haberle oído fue cuando se refirió a alguno de sus compatriotas con quien compartíamos laburo como 'radiador': '¡Es que se levanta a todos los bichos que se le cruzan en el camino, el muy boludo!'.
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Aunque Simondini tenía regularmente buen humor y una chispa muy aguda, a menudo se enfadaba por naderías y rumiaba sus cóleras mordiendo la boquilla de una pipa que no encendía por días enteros. Ser bajo para él nunca fue un obstáculo, y como colofón de ello se había casado con una señora que le sacaba fácilmente cabeza y media de estatura. Con ella tuvo felizmente tres hijos, según me parece recordar, y me enteré de su tardío divorcio -tras casi treinta años de matrimonio- cuando de casualidad vi a la esposa y a la hija mayor hablar de cosas esotéricas en el Canal Infinito; a juzgar por Google, la hija es avezada buscadora de ovnis. Al preguntarle a Guido por ello, me contó de que los Simondini se habían divorciado y que él había decidido regresar al Perú. Una de las últimas cosas que me enteré acerca de él era que se había mudado a Chiclayo, en apariencia con un nuevo compromiso, y que tenía no sé qué negocio allá. En un mail dedicado a otras cosas, Guido me ha dicho hoy que El Viejo Simondini ha muerto, sin abundar en detalles.
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¿Habrá imaginado -digo- lo gratuito de su influencia en el recuerdo de su incidental tangencia por la vida de otros que, como yo, compartimos esos años de Talara? Imagino que la respuesta es no. Yo no lo vi desde que salí de ésa, hace algo más de veinte años y el único testimonio gráfico de que él y yo coincidimos en Pérez-Companc son las fotos de la reunión de la noche de mi fiesta de despedida. Para darme de mi lado, recuerdo que esa vez dije: "Hay tantas flores y tantos manteles blancos, que me parece que estoy reeditando mi primera comunión"; estoy seguro que El Viejo Jorge Pérez Simondini rió de buena gana con ello antes de hacerle a "Chiche" Hvala algún comentario socarrón del tipo "Sí, sí, boludo... mucho discurso y mucha palabrería pero, che, ¿a qué hora es el morfi...?".
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Descanse en paz, Sr. Simondini, hombre(cillo) simpático, si los ha habido. Y no se preocupe, que apenas lleguen los tuppers de vahos verdes, ahí le aviso.
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Aunque Simondini tenía regularmente buen humor y una chispa muy aguda, a menudo se enfadaba por naderías y rumiaba sus cóleras mordiendo la boquilla de una pipa que no encendía por días enteros. Ser bajo para él nunca fue un obstáculo, y como colofón de ello se había casado con una señora que le sacaba fácilmente cabeza y media de estatura. Con ella tuvo felizmente tres hijos, según me parece recordar, y me enteré de su tardío divorcio -tras casi treinta años de matrimonio- cuando de casualidad vi a la esposa y a la hija mayor hablar de cosas esotéricas en el Canal Infinito; a juzgar por Google, la hija es avezada buscadora de ovnis. Al preguntarle a Guido por ello, me contó de que los Simondini se habían divorciado y que él había decidido regresar al Perú. Una de las últimas cosas que me enteré acerca de él era que se había mudado a Chiclayo, en apariencia con un nuevo compromiso, y que tenía no sé qué negocio allá. En un mail dedicado a otras cosas, Guido me ha dicho hoy que El Viejo Simondini ha muerto, sin abundar en detalles.
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¿Habrá imaginado -digo- lo gratuito de su influencia en el recuerdo de su incidental tangencia por la vida de otros que, como yo, compartimos esos años de Talara? Imagino que la respuesta es no. Yo no lo vi desde que salí de ésa, hace algo más de veinte años y el único testimonio gráfico de que él y yo coincidimos en Pérez-Companc son las fotos de la reunión de la noche de mi fiesta de despedida. Para darme de mi lado, recuerdo que esa vez dije: "Hay tantas flores y tantos manteles blancos, que me parece que estoy reeditando mi primera comunión"; estoy seguro que El Viejo Jorge Pérez Simondini rió de buena gana con ello antes de hacerle a "Chiche" Hvala algún comentario socarrón del tipo "Sí, sí, boludo... mucho discurso y mucha palabrería pero, che, ¿a qué hora es el morfi...?".
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Descanse en paz, Sr. Simondini, hombre(cillo) simpático, si los ha habido. Y no se preocupe, que apenas lleguen los tuppers de vahos verdes, ahí le aviso.
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6 comentarios:
Que pena que el metronomo no hizo una semblanza de la recepcionista que proferia la celebre frase, ni menciona los epicos partidos de voleyball en plena canícula talareña, ni el legendario "mero a la Mussolini" que servían en el club de Punta Arenas, ni a la RR, ni al inolvidable compadrito Cassadó-Cassadó, ni al Tribi, ni a su inmenso0 séquito de admiradoras. Ojala lo haga en otra entrega.
Oiga cumpa, ¿una de esas admiradoras era su hembrita conocida como la "Caracortada"?
Oye, Alf... ¿quién es este fresco que se llama a sí mismo El Goldo que viene a imponer preguntas al Baliente Metrónomo? Dile que se ponga bonito, porque sino habrá que aplicarle unos tacles con los makarios a ritmo del 'Che Che Colé' de Osibisa.
Suave goldo, que por mucho menos el metro-gnomo perdió los favores de esa Tinoco que antes siempre comentaba sus escritos. Y a proposito yo creí que Ud, iba a pedir abundar sobre el mero fascista.
para que pacear x el alto zii esta exoo unaaa mirdaaa.. x el alcalde jhony sijifredo zarate vite.. con sus ayayeros chupamedias..!!!!!
La familia Pérez Simondini, hicieron empresa en Argentina y en Talara, bonitos recuerdos de la pre adolescencia. Kirby Reusche
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