El lector que ponga un tantitttt-to de atención a la foto se dará cuenta de que ilustra al Kilimanjaro, con lo que la mente agilita -malgrado el evidente sobrepeso- asociará con la película de Gregory Peck 'Las Nieves del Kilimanjaro' y de ahí nomás se le ocurrirá por asociación de ideas aquello de 'Tengoelorgúllodeserperuanoysoyfeliz...' hasta llegar a la ex-trofa de 'Cumbresnevaadas, ríosquebradas, esmiPerúuuuuu'.
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(A eso quería llegar, a las cumbres y la cnnnn...)
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Es que quienes viven fuera (83.276% de la miríada de lectores de este blog), o como diría un cariñoso amigo de mi cumpa (que por esas cosas del destino, en el que él cree a veces, cuando se pone romanticón) "Para quienes vivan fuera, un Hospital Tipo IV es..." (¡oñoñoy!) se habrán podido enterar de que en estos precisos días se celebra en Lima la primera de las dos grandes Cumbres internacionales de las que será el Perú anfitrión este año (por favor, lectores peruanos que viven fuera, acá siempre se va a decir 'el Perú' y no 'Perú', que es como a la primera que pueden se mandan a decir, por aquello de la hipercorrección lingüística que les ataca nomás desembarcando en el aeropuerto de Miami, de modo casi tan inmediato como aquello de sustituir nuestro peruanísimo '¿Aló?' por un cabrísimo 'Hello?').
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Precisamente... Como consecuencia de la perpetua exageración (¡carajo!) con la que los Policías de esta parte del camino se toman a pecho la cuestión (más exagerados que el propio Dr. Evil) se ha cerrado el vital zanjón de Javier Prado frente al Museo de la Nación, generando un caos tan descomunal, inédito desde el tiempo en que Moisés dijo 'Síganme los buenos' y los trescientos cuchumil baisanos se le agolparon en la puerta de Memphis (o Tebas, o whatever) con carretillas, bacinicas y suegras más, para ganar el desierto. ¡Horroroso! Resulta, pues, que la cantidad de visitantes es tan grande para estas tres veces maltratada villa que hubo que comprar como doscientos patrulleros nuevos, parchar la mitad de las avenidas (otros tantos descomunales atoros, que comenzaron hace ya semanas). O sea, en castellano, Lima luce ahora más o menos como lucía Florentino Ariza (se ve que es de mis personajes favoritos) cuando sale, ya antañón, a hacer el crucero con su amada Fermina Daza con sus pantalones blancos flamantísimos, sostenidos por una vieja y cuarteada correa de cuero. A más de ello, se ha trancado varias manzanas (no una, varias manzanas) alrededor de algunos hoteles cinco estrellas en previsión de riesgos. Pero bueno... en razón de ello y de que el Gobierno declaró a propósito uno de esos feriados optativos (casi nada funciona, ni bancos, ni muchas tiendas), hoy Lima está casi vacía (vacida o sólida, como diría mi paisano de Grocio Prado) y es un verdadero placer andar en auto por ella.
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Un verdadero placer hasta que ocurre lo siguiente: viene uno andando en su camioneta all-wheel-drive pobre pero honrada (ya tiene sus añitos, pero se procura que siempre esté chillantay) por la descongestionada Avenida Comandante Espinar en sentido oeste / este y en eso que aparecen desde el Óvalo Gutiérrez cinco patrulleros con las luces encendidas y las luminarias en cimbreante rojo y azul haciendo un áua-áua ensordecedor, flanqueadas por dieciocho motos Honda que atraviesan contra el tránsito en dirección a la Subaru (honradísima y gris, insisto) y que le piden que se detenga, con gestos enérgicos e inapelables. Entonces uno dice 'Huy, curuju, ¿qué ha pasado aquí...?, ¿otras Torres Gemelas en ciernes?...' y mientras uno se pone callada y peruanamente de ladito (o sea, como alguna vez dijo El Papi, con esa humildad que encomian los entrenadores de fútbol argentinos que llegan a dirigir equipos de primera: "Me gusta trabajar con peruanos porque son humilditos...") , rauda pasa la comitiva de alguien súper-súper importante.
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(¿Y quién era, Metrónomo?, ¡cuenta 'pe!)
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("A eso voy..." como diría Javier Cáceres)
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En un lustroso Mercedes negro de lunas polarizadas y blindado, andando a ochocientos kilómetros por hora (misma Léidi Di, antes-de) pasaba uno de los dignísimos dignatarios que nos visitan en estos días. A juzgar por las banderitas que adornaban el frontis del Meche, se trataba nada menos que el máximo representante de un país al cual nos unen imperecederos y firmes lazos de amistad, tradición y, en estos globalizados tiempos, una sólida, intensa e insustituible relación comercial. Las banderitas, dicho sea de paso, jamás estuvieron en ninguno de los educativos álbumes 'Países & Banderas del Mundo' de Editorial Navarrete (los cuales llené escrupulosamente con esfuerzo digno de mejor causa) porque el país al que me refiero debe datar apenas de hace unos diez años, cinco más de lo que le tomó ser admitido como vagón de cola de la OTAN y miembro pleno (plenamente misio) de la Unión Europea. Se trata de ese país, tan gravitante sobre nuestro cotidiano quehacer y, sobre todo, para nuestro futuro indoamericano y ya no tan tercermundista, llamado Eslovenia. (No es milonga: ¡Eslovenia!, o como me preguntaría Dary hace unos minutos, 'Sr. Carlos, ¿qu'es eso? ¿es un país? ¿dónde queda?...'). Me fijo que el buen presidente (o presidenta, o primer ministro, lo que fuera) esloveno podrá contar a su regreso al país de sus fríos la deferencia con la que fue tratado a su arribo a este jardín del otro lado del Atlántico, en donde la gente es tan respetuosa de las instrucciones policiales, en la que circulan poquísimos carros (pobres pero honrados) y que el tránsito se abre al considerado paso de tan vital dignatario, ditto, como cuando Moisés abrió el Mar Rojo, en diligente (y eso sí, lastimosamente) bulliciosa comitiva.
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Mientras la caravana desaparecía algunos segundos después, empequeñeciéndose las rutilantes luces en mi espejo retrovisor, hinché el pecho de orgullo de haber puesto mi humildito granito de arena para el engrandecimiento de nuestra patria (esta querida cuna de uno de los más sabrosos aguardientes de uva, del internacional caballo de paso, de una singularísima cueca que cambia de nombre, de la chalacas no chilenas y de las polladas) al facilitar la presencia de tan elevado dignatario en su incontrastable asistencia a esta decisiva Cumbre, en la que con toda certeza se discutirán temas tan vitales como relevantes para cambiar drásticamente y de inmediato la vida toda del humilde peruano de a pie (o de all-wheel-drive, en el mejor de los casos).
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Justo en que los mil autos terminaban de pasar, de casualidad en el radio del taxi Toyota station-wagon-blanco-timón-cambiado (de rigor) que se había detenido junto a mí en toda esta turbamulta, sonaba 'Radio San Borja' con las sagradas notas de la canción compuesta por Manuel 'Chato' Raygada, que viene a ser como un segundo himno patrio (y nombre de varios restaurants allá en el Quinto Suyo, según sé). Emocionadísimo y al borde de las lágrimas tanto por la Cumbres como por los indisolubles lazos con tan entrañable y hermana República a todo pulmón me mandé con un 'Tengo el orgullo de ser peruano y soy felíiiiiiiiiizzzzz...' que debe haberse oido en la propia Ljubliana (ciudad capital de la hermana república, la cual -aprovechando el pánico- deberíamos hermanar prontamente con Lima, para aprovechar todo el savoir faire de ellos, tan europeos y tan condenadamente cultitos).
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¡Y que viva el Perú con todas sus nevadas cumbres, caaaaaaracas!
1 comentario:
Caramba, metronomo no es pa' tanto, ya verá cuando vengan los verdaderamente ricos, como dijo su presidente.
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