Es una pena decirlo, pero habría que pensar en jubilar a ciertos escritores. No tengo nada en contra de los años, a decir verdad –especialmente desde que los vengo acumulando sin fin-, pero el hecho de hacer del escribir una profesión de toda la vida tal como podría haber sido -no sé…- el administrador de la agencia de correos de Sunampe, expone a que la necesidad (o mejor, anagramáticamente, sí la necedad) de las editoriales que giran cheques de adelanto a los escritores de sus feudos nos traigan cosas de tan pobre calidad como ésta de la que hoy me ocupo.
La tarde de este domingo, contrariando mi habitualidad miraflorina, después de tres años me he dado una vuelta por el Jockey Plaza. Después de almorzar unos ricos linguini con la family, entramos a la Librería Crisol, emporio del cual tengo siempre cercanas noticias gracias a Juan Carlos y a Augusto (mis recorridos por las librerías carecen de propósito: me he dado cuenta de que no hay modo a estas alturas de mi vida que mis exiguos conocimientos literarios se nutran más allá de lo que impone el mainstream, tanto así que dudé al preguntar por el libro de Bolaño si el nombre era “Los Detectives Salvajes” o “Los Detectilocos”… infiérase, pues, si no es una soberana raza que me mande encima a rajar de una novela). Pero a lo que iba... Entre que sonreía al ver que Vivi Lucía raudamente ponía una copia de “Lecciones De Origami” en la parte más visible del estante de “Narrativa Peruana” (habían colocado varias en los niveles más bajitos, sin que ello tenga que ver -por supuesto- con la extraordinaria calidad de la pluma de Effio, la cual se tarifa en S/.25 el ejemplar) vi amontonados, muchas copias de “Las Obras Infames de Pancho Marambio”, la última novela de Bryce (“¡Debe ser mejor que Effio!” -pensé- “¡Manya!... S/.39 el ejemplar”).
Yo soy hincha intransigente de Alfredo Bryce, pero sólo hasta “La Amigdalitis de Tarzán”, “Guía Triste de París”, de 1998 y 1999, respectivamente, y por ahí, hasta “Doce Cartas a Dos Amigos”. Ni “Entre La Soledad y El Amor”, “Permiso Para Vivir” y peor aún, “El Huerto de Mi Amada” hacen los que dos páginas de las andanzas y desventuras de un Pedro Carrillo, de Octavia de Cádiz o ya, de perdis, de un Manongo Sterne. Supongo que presenciar estos últimos diez años en la vida literaria de Bryce, amenizada con los temas de los plagios y marcada por un generalizado decaimiento personal, ha sido algo así como ver a Hugo Sotil jadeando sus resacas en el segundo tiempo de un ardoroso Espartanos versus Atlético Torino en el Campeonísimo de Talara. Ayer montañas, hoy sólo escombros, ¡qué pena! Pero tan igual que a la policía, a Bryce se le respeta, más aún si aparece en la contratapa con un bow tie de lo más mono. “Entonces… ¿compramos Charly Boy?”, me volví a decir. “Guantanamera un ratón.” -pensé- “A lo mejor más Tarzán, como dijo Jane.”. Fui a la sección “Narrativa Universal – Paperback” (es decir, más o menos como si un lego musical fuera a la sección donde se compran discos bamba de Yo-Yo Ma) porque supuse que “El Tercer Hombre”, “El Beso De La Mujer Araña” y “El Hombre Que Fue Jueves” -en promedio cada uno a S/.18- me demostrarían palmaria y chauvinistamente que Graham Greene, Manuel Puig y Gilbert Chesterton están todavía a largos S/. 7 de la calidad del autor de “Lecciones”, que es bien peruano y huancaíno, para más señas. “¿Y lo de Marambio, Charly Boy?”, dije otra vez, “Ahí está, mira, con su portadita verde, guiñándote el ojo…”. Y fue entonces que hice la de mi amigo Cachito Marimón (aquél que cuando recibía la botella de cerveza en plena rueda pateaba el suelo y con voz afeminada decía “¡Ay, qué cólera!”) y pensé “¡Ya, pe’ qué chucha!... démosle al queridísimo maestro Bryce el beneficio de la duda, porque –como solía decir otrora a distantes corresponsalas- siempre lo prometido es duda”. Chapé mi copia, me dirigí a la caja, pagué (treinta y nueve solzasos, debo repetir) y de allí a la Subaru para emprender la vuelta a casa.
Ahora mismo son las 9:30, algo así como una hora después de haber abandonado la infame obra llamada “Las Obras Infames de Pancho Marambio” (¡qué capo el buen Alfredo!: con la mayor concha del mundo se burla del lector desde el título), con la firme promesa de jamás volver a leer nada más de este horroroso esperpento –aclaro- justo en la página cuarenta (es decir, a razón de casi S/.1 por página). En una mélange digna de los últimos capítulos de “La Tía Julia y El Escribidor”, Bryce se arranca con una serie de situaciones inverosímiles que empiezan con un anacroniquísimo e impensable abogado limeño que se retira y se va a vivir a Barcelona, comprándose un departamento que va a remodelar un tal Marambio –integrante de la patota (sic) de cuarentones, solterones y todo lo que termine en ones, incluyendo, desde luego, huevones- y se arma la casa de mujeres malas una vez que el primero le deja pagado por adelantado el íntegro de la remodelación mientras se va de viaje por meses sin poder evitar el bad kharma de la familia, que es el alcoholismo que empiezan a acarrearle los whiskies dobles como Dios manda, cliché que usó exitosamente en obra previa pero que aquí, francamente, sabe a sebo recocinado, como todas y cada una de las situaciones que plantea la novela, por lo menos hasta donde dejé abandonada a su suerte a toda esa recua de personajes rebuscados, predecibles y tan faltos de humor. “¡Pucha, Charly!” -pensé- “A este paso, las aventuras de Agnes Pinzón en La Jolla –Sic-, San Diego, California podrían ser más que un best seller -o sea, un better seller- si alguna vez te animaras a pasar de la segunda página que tienes escrita…”. Sin pretensión, ni más, ni menos.
Más que por el dinero tan mal destinado, me he lamentado el no disponer–como lector- de alguna herramienta que me permitiera sugerir a mi novelista favorito que su mejor momento ha pasado (dichosos los poetas, digo, a los mejores entre éstos con las justas se les recuerda por dos o tres poesías y punto). Si dije acerca de que “Travesuras De Una Niña Mala” deja mal a un Mario Vargas queriendo contar cosas a lo Bryce (el de antes), seguramente es porque creo también que tampoco me gustaría verlo envejecer escribiendo tan mal como lo hace Alfredo en estos días. Una pena, otra vez. Y aunque dudo que la fama que va a preceder a este adefesio llegue a las habitualmente surtiditas Border’s de Mayagüez, o las librerías posh del Upper East Side o aquellas de Toronto, para que no se pelen tan malamente como yo, debo decirles con la más profunda seriedad que evidenciaría un Melcochita: “¡Naaaaa comprennnn...!”: tal vez suene duro decirlo, pero este libro no vale ni un sol la página...
La tarde de este domingo, contrariando mi habitualidad miraflorina, después de tres años me he dado una vuelta por el Jockey Plaza. Después de almorzar unos ricos linguini con la family, entramos a la Librería Crisol, emporio del cual tengo siempre cercanas noticias gracias a Juan Carlos y a Augusto (mis recorridos por las librerías carecen de propósito: me he dado cuenta de que no hay modo a estas alturas de mi vida que mis exiguos conocimientos literarios se nutran más allá de lo que impone el mainstream, tanto así que dudé al preguntar por el libro de Bolaño si el nombre era “Los Detectives Salvajes” o “Los Detectilocos”… infiérase, pues, si no es una soberana raza que me mande encima a rajar de una novela). Pero a lo que iba... Entre que sonreía al ver que Vivi Lucía raudamente ponía una copia de “Lecciones De Origami” en la parte más visible del estante de “Narrativa Peruana” (habían colocado varias en los niveles más bajitos, sin que ello tenga que ver -por supuesto- con la extraordinaria calidad de la pluma de Effio, la cual se tarifa en S/.25 el ejemplar) vi amontonados, muchas copias de “Las Obras Infames de Pancho Marambio”, la última novela de Bryce (“¡Debe ser mejor que Effio!” -pensé- “¡Manya!... S/.39 el ejemplar”).
Yo soy hincha intransigente de Alfredo Bryce, pero sólo hasta “La Amigdalitis de Tarzán”, “Guía Triste de París”, de 1998 y 1999, respectivamente, y por ahí, hasta “Doce Cartas a Dos Amigos”. Ni “Entre La Soledad y El Amor”, “Permiso Para Vivir” y peor aún, “El Huerto de Mi Amada” hacen los que dos páginas de las andanzas y desventuras de un Pedro Carrillo, de Octavia de Cádiz o ya, de perdis, de un Manongo Sterne. Supongo que presenciar estos últimos diez años en la vida literaria de Bryce, amenizada con los temas de los plagios y marcada por un generalizado decaimiento personal, ha sido algo así como ver a Hugo Sotil jadeando sus resacas en el segundo tiempo de un ardoroso Espartanos versus Atlético Torino en el Campeonísimo de Talara. Ayer montañas, hoy sólo escombros, ¡qué pena! Pero tan igual que a la policía, a Bryce se le respeta, más aún si aparece en la contratapa con un bow tie de lo más mono. “Entonces… ¿compramos Charly Boy?”, me volví a decir. “Guantanamera un ratón.” -pensé- “A lo mejor más Tarzán, como dijo Jane.”. Fui a la sección “Narrativa Universal – Paperback” (es decir, más o menos como si un lego musical fuera a la sección donde se compran discos bamba de Yo-Yo Ma) porque supuse que “El Tercer Hombre”, “El Beso De La Mujer Araña” y “El Hombre Que Fue Jueves” -en promedio cada uno a S/.18- me demostrarían palmaria y chauvinistamente que Graham Greene, Manuel Puig y Gilbert Chesterton están todavía a largos S/. 7 de la calidad del autor de “Lecciones”, que es bien peruano y huancaíno, para más señas. “¿Y lo de Marambio, Charly Boy?”, dije otra vez, “Ahí está, mira, con su portadita verde, guiñándote el ojo…”. Y fue entonces que hice la de mi amigo Cachito Marimón (aquél que cuando recibía la botella de cerveza en plena rueda pateaba el suelo y con voz afeminada decía “¡Ay, qué cólera!”) y pensé “¡Ya, pe’ qué chucha!... démosle al queridísimo maestro Bryce el beneficio de la duda, porque –como solía decir otrora a distantes corresponsalas- siempre lo prometido es duda”. Chapé mi copia, me dirigí a la caja, pagué (treinta y nueve solzasos, debo repetir) y de allí a la Subaru para emprender la vuelta a casa.
Ahora mismo son las 9:30, algo así como una hora después de haber abandonado la infame obra llamada “Las Obras Infames de Pancho Marambio” (¡qué capo el buen Alfredo!: con la mayor concha del mundo se burla del lector desde el título), con la firme promesa de jamás volver a leer nada más de este horroroso esperpento –aclaro- justo en la página cuarenta (es decir, a razón de casi S/.1 por página). En una mélange digna de los últimos capítulos de “La Tía Julia y El Escribidor”, Bryce se arranca con una serie de situaciones inverosímiles que empiezan con un anacroniquísimo e impensable abogado limeño que se retira y se va a vivir a Barcelona, comprándose un departamento que va a remodelar un tal Marambio –integrante de la patota (sic) de cuarentones, solterones y todo lo que termine en ones, incluyendo, desde luego, huevones- y se arma la casa de mujeres malas una vez que el primero le deja pagado por adelantado el íntegro de la remodelación mientras se va de viaje por meses sin poder evitar el bad kharma de la familia, que es el alcoholismo que empiezan a acarrearle los whiskies dobles como Dios manda, cliché que usó exitosamente en obra previa pero que aquí, francamente, sabe a sebo recocinado, como todas y cada una de las situaciones que plantea la novela, por lo menos hasta donde dejé abandonada a su suerte a toda esa recua de personajes rebuscados, predecibles y tan faltos de humor. “¡Pucha, Charly!” -pensé- “A este paso, las aventuras de Agnes Pinzón en La Jolla –Sic-, San Diego, California podrían ser más que un best seller -o sea, un better seller- si alguna vez te animaras a pasar de la segunda página que tienes escrita…”. Sin pretensión, ni más, ni menos.
Más que por el dinero tan mal destinado, me he lamentado el no disponer–como lector- de alguna herramienta que me permitiera sugerir a mi novelista favorito que su mejor momento ha pasado (dichosos los poetas, digo, a los mejores entre éstos con las justas se les recuerda por dos o tres poesías y punto). Si dije acerca de que “Travesuras De Una Niña Mala” deja mal a un Mario Vargas queriendo contar cosas a lo Bryce (el de antes), seguramente es porque creo también que tampoco me gustaría verlo envejecer escribiendo tan mal como lo hace Alfredo en estos días. Una pena, otra vez. Y aunque dudo que la fama que va a preceder a este adefesio llegue a las habitualmente surtiditas Border’s de Mayagüez, o las librerías posh del Upper East Side o aquellas de Toronto, para que no se pelen tan malamente como yo, debo decirles con la más profunda seriedad que evidenciaría un Melcochita: “¡Naaaaa comprennnn...!”: tal vez suene duro decirlo, pero este libro no vale ni un sol la página...
4 comentarios:
Vaya al fin reaparecio el baliente, ya era hora... Lo bueno de Borders es que te puedes leer el libro completo sin comprarlo.
Lei un extracto del libro de MVLl en el "Nuevo Día" y me pareció estar leyendo a ABE, que curioso.
Por cierto, que sera de la vida del señor goldo?
PD: Me gustaria leer el tan publicitado "Lecciones...", pero aun no figura en los catalogos de Borders ni en Amazon.
a) ¡Qué falta de confianza! Apenas el Dr. Effio me juegue los ejemplares de cortesía de su 16a. edición te hago llegar uno directamente a Sabana Grande.
b) El Sr. Goldo está en Mississagua (que no es en Japón, sino una villa cerca de Toronto), en donde está dando rienda suelta a sus vivaraces ojillos. Lo llamaron para el casting de la cuarta parte de Hannibal Lecter, pero al parecer ha declinado por cuestiones de peso (ni más ni menos como Garrido Lecca).
Carajo!!! cumpa no este dando mis coordenadas que ahorita se aparacen los acreedores y la cagada... Respecto al maestro Bryce, dejelo tranquilo y no lo joda mucho, que usted sin ir muy lejos en el ultimos 3 meses no habia escrito nada que merezca leer o comentar, y bueno todo tiempo pasado fue mejor... (salvo excepciones como la de mi vecino aqui en ▒▒▒▒▒▒▒▒▒▒, un polaco ya bien tio que acaba de cambiar a su mujer de 50 largos por una chiquilla de 25 que esta mas buena que el pan con chicharron, ejemplo a seguir).
Y respecto a lo del casting, solo son rumores infundados y deje de estar comprandome con el buen Hernan que por lo que vi en el satelite no es ni la sombra de que fue (que para mi tiene sida por que anorexico no es)
Ojala que nunca, nunca, se jubile el gran Metronomo!!
Publicar un comentario