24 diciembre, 2007

Pajarito, Guayulipi & El Niño Que Vio A Papá Nöel

(El Metrónomo, Parque Central de Miraflores, circa 1964)

Todos decían que Pajarito se apellidaba como el alcalde. Mi razón infantil no me permitía entender cómo podría ser ello posible: el alcalde era buen mozo, robusto, blanco, vestía bien y tenía unos bigotes imponentes; Pajarito, en cambio, era flaquísimo, muy moreno y llevaba siempre ropas raídas, de tallas enormes, que evidenciaban mucho más lo raquítico que era su bigote cano. Yo no lo conocía, pero Felipe sí. Cada vez que lo cruzábamos en la calle (Pajarito parecía siempre ir andando sin prisa y sin ningún rumbo) Felipe lo saludaba con ese distintivo acento chinchano "¡Pajarit-to...!". Él entonces levantaba una mano y le contestaba por su apellido o le decía "¡Hola, patita...!". Algún tiempo después yo también lo empecé a saludar y, reconociéndome, me decía "¡Hola, Barrientitos!" (dicho sea de paso, Barrientitos somos hasta ahora: aún hoy a la gente les cuesta distinguir a un Carlos de un Alfredo o a un Lucho de un Chicho; ha sido frecuente que me pregunten "Pero... ¿no eras tú el médico que vivía en Puerto Rico?").
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En la mañana de una navidad -tan calurosa como todas las navidades que recuerdo de mi chinchanidad- Chicho y yo salimos a mirar las revistas hacia el kiosko de la esquina de Benavides y la Plaza de Armas; metros más allá de la puerta del consultorio del Doctor, a la altura del Cine Chincha, nos cruzamos con el alcalde, que estaba conversando con alguien. Al pasar lo saludamos con un tímido buenos días y él nos respondió apenas mirándonos desde la (entonces) enorme estatura con un hola condescendiente que dejó desprenderse apenas de su boca de bigotes plateados, mientras echaba la mano al costado en un gesto rápido para aventar la ceniza del cigarro que tenía encendido, lejos de su impecable y radiante guayabera blanca y de sus brillantes zapatos negros. "¡Vamos ya!", me dijo Chicho, mientras yo empezaba a pensar en lo contradictoriamente sonriente que era ver al alcalde cada vez que iba a saludar al Doctor. "La gente mayor es rara... ¡a veces déspota!", pensé, estrenando el adjetivo que había copiado recién a mi mamá (como en muchas cosas, hasta hoy esa sentencia parece ser siempre certera). Apenas a unos pasos de ahí distinguí la figura enclenque y bamboleante de Pajarito, que caminaba justo hacia nuestro encuentro: esta vez vestía todo de blanco, con ropa bien entallada pero que desentonaba con unas botas marrones y muy sucias, visiblemente más grandes que los que sus pies precisaban. Venía muy sonriente y, bajo el brazo, llevaba un pavo vivo. "¡Hola, Pajarito!", dijimos Chicho y yo al unísono. "Oyyyy... ¡dos Barrientitos!", dijo, "¿han visto qué bonito pavo?" y entrecerrando un ojo y frotándome la cabeza con la mano libre nos dijo "Lo llevo a mi casa, para mis hijitos...". "Chau, Pajarito, chau", le dijimos, mientras él seguía caminando en precisa dirección a la puerta del cine. Mientras Chicho avanzaba, yo esperé a saber qué ocurría, a ver si con el cruce de Pajarito con el alcalde se produciría algo así como un evento de carácter cósmico. Cuando estuvo junto al alcalde, le tocó las espaldas. Lo que siguió a ello fue algo así como una escena de película muda, cuyos diálogos hoy entendería mejor que entonces: Pajarito movía la mano, como explicando algo denso, el alcalde volteó hacia la persona con la que hablaba antes de que llegara Pajarito y levantó la mano hacia su cabeza, moviéndola como en círculos. Luego la metió en uno de los bolsillos de la guayabera y sacó algo que entregó a Pajarito y -tal como si echara nuevamente la ceniza de su cigarro- tiró la mano varias veces, como despidiéndolo. Pajarito miró lo que el alcalde le había dado (todos sospecharíamos que era dinero) y, quién sabe si en un acto que tenía tanto de heroismo como estupidez (largamente sinónimos), echó los papeles doblados a los pies lustrosos del alcalde y retornó a caminar con el pavo siempre bajo el brazo. Metros más allá, levantaba el brazo y daba voces que ya no alcancé a escuchar. "¡Oye!", me gritó Chicho, quien ya estaba casi por llegar a la esquina. Me eché a caminar mirándome la punta de los zapatos jurando que jamás usaría ninguno que no fuera de mi talla y deseando fuertemente que los hijos de Pajarito hubieran recibido de Papá Nöel regalos más bonitos que los que había recibido yo.

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Como siempre, en la noche de navidad del año en que yo tenía ocho, el Doctor y mamá se había ido a dormir temprano. En la habitación en que dormíamos Alfredo, Chicho y yo (que es, según el perfecto plano que Alfredo reconstruyó hace poco, la primera que daba al salón-comedor desde la sala) la curiosidad de saber qué regalos recibiríamos no impidió que nos durmiéramos alrededor de las diez. Debo haber despertado alrededor de las once como consecuencia de un cuchicheo extraño que percibí venía cerca de los muebles del comedor. Con una mezcla de inquietud y al borde de quedarme sin aliento me levanté calladamente, fui hasta la cama de Alfredo y sacudiéndolo casi sin voz le dije "...¡Es Papá Nöel! ¡Está en el salón!", pero no hubo modo de que se despertara. Recuerdo que temblé... ¿debería abrir la puerta y ver a Papá Nöel cumplir con su misión, tan secreta y tan grata?. Caminé los dos o tres pasos hasta la puerta, tomé el pestillo, me asomé a su borde y con ojos muy abiertos empecé a abrirla, lenta, lentamente, mientras el cric cric de las bolsas de plástico me desacompasaban el corazón...

(Le cuento algo... Nadie en este mundo puede ver a Papá Nöel, nadie, ni siquiera alguien que se toma las licencias literarias que quiere. Nadie, ni aún los niños que alegan que alguna vez distinguieron una de sus manos colocando esos perfectos morteros que lanzaban proyectiles de brillante plástico rojo que tan bien funcionaron años de años cuando jugábamos a la guerra después, en los jardines oscuros del Hospital mientras vivimos ahí. No. Nadie podrá decir que las manos de Papá Nöel son extrañamente parecidas a las del Doctor, ni que los bordes blancos de del lanudo traje blanco y rojo -¡patrañas del marketing!- eran exactamente iguales a los de su pijama de lino celeste. Nadie. Porque acaso nadie, como yo -y sólo yo- descubrió que Papá Nöel sí existe, y que siempre estará ahí las noches de navidad para que los niños buenos -o no- tengan al despertar juguetes, o a lo mejor, el regalo de la historia del niño que por una vez en la vida fue capaz de ver llegar a Papá Nöel...)
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Todos llamaban a Guayulipi 'Guayulipi' porque era tan poco aplicado en el Colegio, que cuando cantaba "Are you sleeping, are you sleeping, brother John, brother John?" él pronunciaba como lo escuchaba, o sea, "Guayulipi, guayulipi, bróder yon, bróder yon?" y desde ahí le quedó la chapa. Aparte de sus hermanas -todas muy lindas y muy reinas de Chincha- Guayulipi nunca tuvo mucho de qué jactarse, aparte de una incuestionable pepa, la que -mal que bien- le ermitía el válido recurso del gigoleo.
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Cerca de una navidad universitaria, cuando las tradiciones para uno empezaban a minimizarse o a considerarse como cosas de tíos, con el Dr. G. estuvimos andando por el Parque Central de Miraflores echando una miradita a las chicas que venían de todas partes de Lima (eso fue una concesión democrática: más propio hubiera sido decir, de las mejores partes de Lima) a vender polos teñidos, zapatos, jeans y toda clase de adornos y juguetes. El Dr. G vivía entonces en la calle Grau, en casa de sus primos (los hijos de quien fuera muchas veces alcalde) y nosotros en el clásico departamento de mi padre, en la Diagonal, de modo que éramos prácticamente del barrio. Una de las costumbres bizarras del Dr. G., entonces aficionado al buen comer, consistía en echarse todas las tardes atracones de papas rellenas en la esquina de Grau con Berlín, en la carretilla de José, el cocinero moderno (no quiero pasarme aquí de calificativos: José, como podría suponerse bien, tenía modales muy delicados y femeninos). Cuando estábamos con el Dr. G. dando una última vueltita al Parque, nos cruzamos con Guayulipi, quien ocasionalmente gorreaba cobijo en casa de los primos de G.. Llevaba una radio más o menos moderna en las manos. Al vernos nos dijo "Oe... ¿no saben de alguien que quiera comprar una radio? Está buena y suena fuerte...". Nos levantamos de hombros diciéndole "¿Y quién va a querer una radio así, compadre? Se ve malaza...". Entonces Guayulipi dijo "Loco: si no la vendo no voy a Chincha, no tengo plata ni para el ómnibus. Esta vez sí quiero pasar navidad con los viejos, ¿manyas?". "Ni idea", dijimos al unísono. Él dijo "¡Ya, qué chucha!", se acomodó la radio entre las manos y lo vimos alejarse apurado y sin despedirse.
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El Dr. G. sugirió entonces ir a comer unas papas rellenas. No le contradije, así que caminamos las cuatro cuadras que nos separaban del kiosko de José (las probé en más de una ocasión, a decir verdad, y siempre supieron muy rico; lo que sí, siempre tuve no sé qué resquemor al verlas manipuladas, crudas y enharinadas, en las tan poco femeninas manos de José, como si en algún momento de mi distracción sus uñas largas y cuidadas se fueran a incrustar subrepticiamente en las papas, echándolas a perder). Esa vez, al llegar, G. saludó a José y le pidió para él dos papas. Yo decliné.
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"¿Y por qué estamos hoy sin música, José?", dijo G. "¡Ay, Mario!... ¿y cómo te has dado cuenta?", dijo José con su voz afeminada. G. le contestó, echándome una mirada, "Es que no veo tu radio, compadre, ¿dónde está tu radio? ¿es que no la has traido hoy?...". José echó un larguísimo suspiro y miró a algún punto distante del aire. "No. No la traje hoy, Mario. Ahí debe estar, en la casa, seguro...". G. bufó y me echó otra mirada cómplice y engullendo un gran trozo de papa rellena con cebolla me empujó con el hombro hacia el borde de la banca donde estábamos sentados "Es la Navidad, Carlitos, ¡es la Navidad...!, ¡Ho, ho, ho!".

(Entonces, no sé bien por qué, deseé fervientemente que esa vez Guayulipi sí llegara...)
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(A pedido de El Papi, del cuaderno de autógrafos de 'El Metrónomo', 1972)

23 diciembre, 2007

De Cómo El Grinch Se Robó La Navidad...

"Es de eso de lo que se trata todo, ah? Así siempre ha sido todo, ¿no es verdad? ¡regalos, regalos, regalos, regalos...! ¿Quieren sabe qué es lo que pasa con sus regalos? ¡Ja! ¡Todos regresan a mí!"..
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Para Tita, Tata, Juan Diego, Glory, Carlita, Gabrielita, Vane-Bu, Juan Manuelazo, Vale-Va, Marrriana, Vivi Lucía, Santiagazo, Lucas, Diego Alonso y Ródrich, el tío Carlitts en versión Grinch.

19 diciembre, 2007

El Regalo Prometido, Carta Abierta II


Querido Amigo Secreto del 2008:

Como quiera que aquí en la oficina el voto singular que permanentemente se opone a aquel jueguito absurdo del Amigo Secreto es el mío, sospecho que el próximo año también tendré tu nombre en el consabido papelito doblado en cuatro que guardo celosamente en la billetera en las semanas previas a la Navidad, por lo que creo te debo una explicación a que el año que viene -de no progresar una vez más mi perpetuamente fallida oposición democrática- petardearé a como dé lugar ese juego en la oficina. Antes que nada, debo explicarte, querido Amigo Secreto, que mi negativa a participar en dicho juego no se origina ni en la misantropía, el desgano, la tacañería ni en la depresión pre fiestas, sino que invoca la razón de ser de mi formación económica, la cual me impele a optimizar la asignación de los recursos, siempre escasos. Es más, considerando el tema de las probabilidades, sé que eres Amigo y no Amiga puesto que tu rango probabilístico a estas alturas anda por encima del 87% y que es muchísmo menor la chance atada de que seas mujer, ya que en los últimos años las tres chicas de la oficina me han tocado sucesivamente. Entonces, para escoger tu regalo es preciso no desentonar y ponerme en tus preferencias; lo segundo acaso sea mostrarme espléndido sin parecer pretencioso. Me he fijado que el regalo no va a poder ser de aquellos que se llaman íntimos (o sea, quedan descartados de arranque los calzoncillones, las camisetas y los bividís), de los que son incuestionablemente misios (los polos dos por uno de Saga, las chaplas con dibujitos, los clogs de diez lucas el par, tres CD's bamba), de los peruanísimos (los tableros de ajedrez inca, los polos con leyenda '¡Te Amo, Perú!', los vasos con borde de plata, las botellas de pisco), de los radicalmente gronchos (los perritos que menean la cabeza, un par de medias guindas, los ventiladores de carro, los mouse pad de Macchu Picchu), de los innegablemente inútiles (un juego de luces de árbol de navidad, una pluma de tinta líquida, un mug para el café con logo de la oficina, un nacimiento, una linterna flexible para leer en la oscuridad, un chullo), de los metrosexuales (una crema para el rostro, un frasco de bloqueador de sol, unos lentes fashion, un libro de recetas de martinis, un incensario de sándalo, un libro de Isabel Allende), de los salgo-del-paso-como-sea (un estuche de cortauñas, herramientas de parrilla, un frasco de perfume Adidas, un libro de chistes de Mario Poggi, unos largavistas) ni de los dramáticamente caros pero que me harían quedar como las propias rosas (un Ipod Nano, una Palm en cualquiera de sus formas, una navaja Victorinox con cuchumil gadgets, un reloj waterproof). Finalmente, tendría que escoger entre los que sí podrían ser siempre que el precio sea el adecuado como por ejemplo, una afeitadora portátil, una brújula de metal, un polo o una gorra de marca con descuento, dos CD o un DVD originales o, ya de perdis, unos buenos auriculares. El quid está en encontrar algo de esto último pues, aunque no lo parezca, es una verdadera chambaza querido Amigo Secreto, por lo que además que el año que viene -si es que después de todo no logro impedir el obcecado jueguito- prometo no llamar a nadie a pedir consejo acerca de tu regalo, ya que he verificado que ante tal pedido la pregunta siempre es ' Pero ¿qué crees tú que le pueda gustar a tu Amigo Secreto?, a ver...' (o sea... ¡si lo supiera no pido ayuda, pues!). ¿Ahora entiendes, Amigo Secreto, que no es placentero para mí perder íntegras dos mañanas y dos tardes completas de trabajo (pese a que decir de trabajo sea un perfecto decir) buscando entre tanta chuchería un regalito que cumpla con todos los requisitos descritos? Cansa terriblemente ¿me entiendes...? Como fuere, a mi pesar y a punto de una monumental rabieta debo dejarte ya pues voy corriendo a Larco con Shell a ver si a esta hora aún encuentro algún ambulante, ya que me olvidé comprar la tarjetita de ésas de tres por un Sol sobre la que escribiré esmeradamente y con buena caligrafía 'Con Todo Cariño, De Carlos Para Su Amigo Secreto de Este Año'.

Recibe, entonces, un abrazo que te dure hasta la siguiente Navidad.
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Tu Amigo Secreto,

Charles.

P.S.: ¡'Chessss...! casi me olvido: ¿conoces a alguien que sepa envolver regalos?

Mánachment

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Algunos hasta podrían decir que soy más vago que las arañas, que están siempre allá arribita, colgadas de sus telas y esperando que la comida caiga en la trampa. Lo cierto es que soy más derecho que cola de chancho y me hace más feliz que perro con dos colas incursionar en la redacción de temas administrativos de modo de ir aprovechando no sólo los conocimientos adquiridos en este largo aprendizaje laboral, sino también de complementarlos con el manejo de algunas frases que han ganado su lugar en nuestra habla cotidiana con data más vieja que el hilo negro.
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Pongo ante sus ojos lo desarrollado hasta la fecha, un breve fragmento del capítulo tercero del artículo que estoy escribiendo a la fecha para la revista 'Leadership' titulado 'Chambear Es Más Fácil Que La Tabla Del Uno', guía destinada a toda persona que piense que trabajar es tan malo que a uno hasta le pagan por hacerlo. Advertencia: si por razones de formación profesional la lectura de este texto hiciera que el lector esté más perdido que maricón en shower, descuiden, como consuelo bastará saber que habrá quienes consideren también que esta lectura resultará ser tanto o más aburrida que chupar un clavo o bailar con la hermana. Sé que la intención de decir cosas que a uno le hagan quedar bien con todo el mundo es más antigua que cagar sentado, pero creo que algunas de mis sugerencias son más buenas que el pan francés (dicho sea de paso, ello aplicaría mejor a las cholonas que a veces alude mi amigo El Goldo, como por ejemplo aquella que era más blanca que teta de monja, fumaba más que puta presa y que -según Goldinho- consumía más huevo que sartén de chifa).

Capítulo III

Pa' Cojudos Los Bomberos & Los Que Aplauden En El Cine: ¿Es Tener Un Buen Sueldo Más Difícil Que Hacer Gárgaras de Talco?

Dice el adagio popular que nada es más tranquilo que ser guardián de morgue, salvo que uno sienta que le tocan la puerta desde adentro, lo que faculta a salir disparado corriendo más asustado que manco en camión sin barandas porque, eso sí, esa sensación debe ser más fea que comida de loco. Más aún, si uno tiene pocas luces (o sea, como que venga a ser más lento que tanque a pedal) puede que se le tarife con algo como aquello de ser más inútil que cenicero de moto, no obstante lo cual ello hasta podría ser superable si uno es aguantado como pedo de visita. Reglas de juego laborales, que les dicen. Hay que respetarlas por más que sean más pesadas que maletín de gasfitero. Un buen dato a considerar es que si el jefe -pese a tener más plata que los ladrones- fuera más duro que callo de chasqui con aquello de los emolumentos, no hay que asustarse como cucaracha en fiesta de cholos: lo más prudente sería esperar a que ocurra la primera celebración conmemorativa de la empresa, al menor descuido y cuando el interfecto ya esté -como consecuencia de los tragos- más movido que bola de cojo, hay que arrimársele y ponerse más laposo que marica pidiendo un beso, y ahí nomás sacarle el pago pretendido. Esta táctica puede ser más conocida que la ruda, pero a menos que el jefe sea más bravo que perro de chacra o más agarrado que vieja en moto, por lo regular funciona. ¡Ojo! a la hora de fijar la pretensión pecuniaria no hay que llegar a ninguno de estos extremos: ni mostrarse más huevón que los Teletubbies ni parecer más caro que querida rusa. Si se siguen estos preceptos fielmente, lo más probable es que todo vaya bien, que consiga un buen sueldo y acaben que los tiempos en que uno estaba más caído que teta de gitana. [Continuará...]

Quedo a la espera de sus comentarios.

11 diciembre, 2007

Effio Strikes Again: Concurso de Cuento Juan Rulfo, 2007

Ayer 10 de Diciembre se divulgaron en París los resultados del Concurso Juan Rulfo de Cuento 2007. De entre 5,596 cuentos (yo envié cuatro cuentos, pero al parecer, no los consideraron ni entre los recibidos) 'Lecciones de Origami' de Augusto Effio Ordóñez resultó entre los catorce finalistas.
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Buen motivo para celebrar con un vino en la mano, Augusto, y de pasarella, anda autografiándome algunos cuantos ejemplares de 'Lecciones', así tengo siempre algunos a la mano pa' vender cuando seas (más) famoso.

Aclaratorio post scriptum: habiendo sido retado a duelo en la fecha (12.Dic) por el escritor Effio Ordóñez por publicar aquí una foto que no correspondía a su mejor perfil y más aún, con denigrante copa de vino en la mano, satisfago su requerimiento sustituyendo dicha imagen por una del Monumento al Escritor Desconocido (el cual se ubica sobre la plaza Constitución en la ciudad de San Cristóbal, provincia del Alto Ene, departamento de Santa Fe). Otrosí digo con aclaración muy válida: el cuento finalista del Concurso Juan Rulfo 2007 no es 'Lecciones De Origami' como consigno, sino un cuento inédito de Effio Ordóñez que tuvimos ocasión de compartir cuando fue gestado, hace unos meses.

08 diciembre, 2007

Vistos & Ocurridos En La Ciudad Del Buen Ayre

Una de las partes más bonitas de Buenos Aires, con toda seguridad: calle Florida, en donde flamea la bandera del Consulado General del Perú.
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Te vi tu teta: poyo en forma de pucheca (o chichi) al inicio de Florida.
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Graffito en Av. de Mayo: ¡tampoco es como para exagerar...! (¡tan rico que es!)
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Totalmente de acuerdo. Otro graffito en la zona de Alto Palermo: "Marihuana a morir / Disfrutenlá".
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Tomada en el restaurant parrilla "1816", en almuerzo de domingo. Mario Gonzáles pidiéndole el favor a Mario Pergolini, ídolo local y conductor de "CQC", emblema del humor negro televisivo. Buena gente el pata: al menos no se molestó.
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Club en el Bosque de Palermo. Los deportes irracionales (jaxes, parapentismo, trompo y kanga) tienen sus sedes en otros Clubes, seguramente más exclusivos.
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Librería de viejo en la Av. de Mayo, cerca al Bar Tortoni: mil quinientos pesos (poco menos que US$500) por este ejemplar dedicado de "Canto A Buenos Aires" de Miguel Mujica Láinez, autor de la colosal "Bomarzo".
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Sucede en todos lados: este señor no quiso atender la cola preferente y sencillamente, le llegó al Shopping Soleil...
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Cartel adosado a señalización de dos calles, en Belgrano, muy a propósito. Calle Soldado de La Independencia - Cartel: ¿Por qué están durmiendo en la calle? (Plena guerra a Irak).
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La proverbial Avenida Rivadavia. Me acordé por el blues de Manal, a continuación. Y la mañana incoherente me sonrió-o-o...

("Avenida Rivadavia", Horacio Fontova, 1995)

Veinte Años No Es Nada (O Sea, No Somos 'Nadies')

Cuenta de nuestro común Abbey Road: veinte años, veinticinco kilos más, bastante menos pelo y bastante más canas... ¡Grande, Guido, por estos veintintantos años de amistad!.
[Plaza de Armas, Trujillo, 1987 / Caminito, La Boca, Buenos Aires, 2007]

Por Dios & Por La Plata: Vistos & Ocurridos En La Capital De La Provincia De Buenos Aires

Como dijo Mauri cuando le pedí la explicación: '¡Sólo en la Argentina, che, Carlitos...' En effet, jamás he visto numeración de casas con fracciones (¿estaría el '918 3/4' así como para foto?). .


Lectura de un peruano recién llegado: ¿tres negaciones en una misma frase...? Lectura de un platense: Jorge Julio López, durante una democracia de supuestas manos limpias, desapareció hace más de un año tras declarar en el juicio contra Miguel Etchecolatz, ex policía argentino sentenciado aprisión perpetua -gracias al testimonio de López- al habérsele encontrado responsabilidad en la 'Noche de los Lápices', el secuestro y desaparición de diez estudiantes secundarios en La Plata, en 1976. Por supuesto, 'Nunca Más' es el informe de la Comisión Sabato, evacuado en 1984.


Vivi Lucía detrás de Mauricio y Sole, hacia la tienda de ropa de la marca 47 Street, en donde me desgraciaría más de una tarjeta. Como se ve, también En La Plata hay cambistas.

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La enorme e imponente Catedral de La Plata, Ciudad De Las Diagonales, en la que es divertidísimo perderse (for instance, calle 122, entre 68 y 69... así, ¡qué fácil, pues!)

04 diciembre, 2007

Welcome To This Three Men Show

Buenos Aires, primero de Diciembre, 8:00 p.m., esquina de Campos con Virrey Loreto, paramos (¡cómo no!) el consabido taxi negro y amarillo; al subir, el chofer bufa 'Noooo... ¿a la cancha de River? ¡A esta hora es un verdadero quilombo, no se va a poder llegar, maestro!...'. Guido lo tranquiliza con una que otra broma sobre fútbol. River está a veinte cuadras pero el corazón ya anda several beats ahead. El taxista nos deja, aliviado, a unos seiscientos metros de River, sobre Libertador. Varias trancas y controles después subimos por las graderías, hacia la platea Belgrano Baja, sector E, asientos 19, 20 y 21.
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Son las 8:25. En el escenario un compadre bastante blancón rasguea una guitarra con una banda que no se ve. Las tribunas laterales y el campo están llenándose, las populares de arriba están colmadas ya. Le pregunto al pata de al lado '¿Ése es Beck?', '-me dice- fijate a la hora que empezó, ¡no entiendo nada!'. Me acomodo para empezar a disfrutar del segundo telonero (el primero, 'Cuentos Borgeanos', banda local) y la canción que justo acaba. 'Thank you very much, Buenos Aires', dice Beck, dejándome atónito y con la pena de ni siquiera haber podido oír su genial 'Loser'. 'Chesssss... hubiera sido bacán llegar más temprano', le digo a Guido, quien frunce la boca y hace tres veces con la mano así (así como hacen los argentinos, pues). Ni modo, ajo y agua, me había dicho un taxista el día previo: a joderse y a aguantarse. El escenario es impresionante: parlantazos en el frente y a los lados, cámara colgante sobre el stand up VIP, pantallas de alta definición a derecha e izquierda, vendedores de panchos y cocacolas, una decena de peruanos treintañeros y desconocidos precisamente en la fila detrás de nosotros. Las populares empiezan con las olas y los musicales olé-olé-olé-Poliss-Poliss, música incidental de fondo con Propellerheads y Shirley Bassey -'History Repeating', como quien dice-, y Papita mirando de un lado al otro, como convenciéndose.
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Ninguna mejor manera de que lleguen las 9:30, tras casi una hora en blanco, que ver cómo las tribunas reciben a The Police con aplauso larguísimo, mientras las pantallas muestran que Sting tiene en las manos un bajo que parece antediluviano y luego el desborde que se inicia con 'Message In The Bottle', sigue con 'Synchronicity', 'Walking On The Moon', 'De Do Do Do, De Da Da Da' y con los primeros acordes de 'Every Little Thing...' el Monumental tiembla bajo sesenta y cinco mil almas, nosotros incluidos. Pero ¿para qué sigo contando si es que aquello fue poco menos que inenarrable? Cedo el paso a las buenas crónicas (aquí la primera y aquí la segunda) que hizo La Nación, para aquellos interesados en un más detallado pormenor, no sin antes aclarar que la frase que encabeza el presente post, pues a eso de 'So Lonely', Sting cambió dos veces las líneas diciendo 'Welcome to the Andy Summers show' y luego '... the Stewart Copeland show'; quienes conozcan la letra de esa canción entenderán perfectamente.
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Mientras eso, me quedo con el buen sabor de boca, dos horas y cuatro mil kilómetros después. A las pruebas me remito. ¡Valió la pena!


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