24 noviembre, 2007

En La Red De La Mar: Outstanding!

Dice el individual celeste, de papel:

"Doña Isolina Vargas Reyes inició su negocio en 1981. Con cuatro hijos a cuestas y una buena sazón como principal activo, doña Isolina pasó un día por la calle La Mar y vio que se traspasaba una cebichería. Sin mucho que perder y más ganas que experiencia, decidió invertir su pequeño capital y habilitó una pequeña barra donde servía platos criollos (...) Pronto se hizo conocida por sus tallarines verdes con apanado y por su seco con frijoles. Hoy, veintincinco años después, su sazón se mantiene en manos de Miguelina, Juanita y Zarella, sus fieles cocineras (...) La Red mudó la pequeña barra de antaño para convertirse en un restaurant acogedor, manejado por José del Castillo, hijo de doña Isolina y chef de profesión, quien ha incrementado notablemente la variedad de la carta."

Hace cosa de diez años, El Papi, El Goldo, Julio Tijero y yo llegamos un mediodía soleado a almorzar a La Red, en La Mar Nº 391, para cambiar el menú de los restaurantes a los que regularmente íbamos en Lince y San Isidro. Al entrar, Tijero con su vocezaza saludó familiarmente a Isolina con un "¡Acá te traigo unos amigos a almorzar! A ver qué nos puedes ofrecer, para ver si regresamos...". Lo que nos ofreció, por cierto, nos ha hecho regresar a todos mientras pudimos (hoy en Lima sólo quedo yo, pues El Papi anda por la Isla, El Goldo en Cannabis y Julio Tijero se fue pa' La Habana, asi que ya el asunto como que se estaba volviendo unipersonal). Precisamente este mediodía he vuelto con Viviana y Papita y compusimos algo así como un bola'alcentro (más o menos como en los tiempos de las causas que nos pedíamos entre los cuatro antes citados) que constó de (¡gluc!): tiradito criollo, tiradito de rocoto, sudado de pescado con yucas (¡sluips!) y un sabrosamente descomunal arroz con mariscos bien risottado, con un leve y casi imperceptible toque de parmiggiano (no como solía hacer cierto exalumno del Colegio Italiano, que echaba a perder el apetito de los comensales cuando chantaba harta cebolla y litros de aceite de oliva a cada cosa que se zampaba).
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Es la comida peruana. Sí. Es la comida peruana. Las texturas suaves de los tiraditos con sus combinaciones de ácidos y dulces, lo crocante de los mariscos, el caliente pescado deshaciéndose en la boca entre dejos de culantro, la suavidad de la chicha morada, la cancha salada en su punto... Realmente impagable, o tal vez sí, muy bien pagable con los S/. 81 que salió todo el convite. ¿Dónde, en ultramar, podríase comer tan bien y a esos precios...?
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Con la foto de un atún sobre tacu tacu, los dejo glugluteando con algo de la nueva carta: Pulpitos Enanos Salteados con Tacu Tacu (S/.23), Rocoto Relleno de Camarones (S/.17), Seco de Conchas con Tacu Tacu de pallares (S/.23), Pulpo a la Parrilla sobre Causa al Pimiento (S/.25) o, finalmente, con un Saltado Oriental de Atún (S/.24)... Otra vez ¡sluips!
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(¿Ya ven? ¿Pa' qué se van pues?...)

20 noviembre, 2007

Prior To Blow, Make A Wish: ¡Feliz Aniversario, Baliente Metrónomo!

"¡Alábate, coles!", decían mi abuela Ana y mi mamá -no sé bien por qué- cuando uno se dedicaba al autobombo.

Pero en fin, como nadies más que yo se acuerda de que siendo hoy 20 de Noviembre y que la Tierra ha completado su segunda órbita alrededor del Sol desde que esta página vio por primera vez la luz en un ya lejano 2005, amerita un ¡feliz aniversario, Baliente Metrónomo!, ¡bien jugado ahí!
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Happy birthday to you, happy birthday to you,
Happy birthday Baliente Metrito (risas)
Happy birthday to you!
(Con palmas) ¡Tarantarán tan tan...!
Cumpleaños feliz,
Te deseamos a tís
Cumpleaños felices,
Te deseamos a tísssss...

¡Sopla, sopla, Metrónomo!, ¡deseo!, ¡deseo!...
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18 noviembre, 2007

Txilca, En Dimanche (Cartel: "Se Vende Aceitunas")

Genial la idea de Hernán y que prestamente secundó Juan Carlos (lástima nomás que no estuvieron...): Augusto, El Baliente Metrónomo, Yazmin y Jimena, en la heredad de Chilca.

La insoportable levedad del ser: Santiago en plena levitación.


Los Molinos de Chilca, acabando el día (Foto: Santiago)


Competencia de Columpios, Jimena y Vivi Lucía.

17 noviembre, 2007

Carta Abierta


Al Excelentísimo Señor Juan Carlos de Borbón, Rey de España y de Galicia También:

Mi muy querido Don Rey Usté:

Que no sabe la encojona’a que me he mandado al escucharlo al Chávez gorila ése dirigirse a Ud. y al zapatero que llevó Ud. de escolta con esos términos tan tropicales que usan allá en las Indias. Sepa Ud. Don Rey que cuando lo vi levanta’ la mano p’hacerlo callar yo pensé “¡Chávez menudo cabrón, eso sacas por meterte con nuestro Rey!” y a Ud. se le vio muy puesto con su mano así, como cuando su tatarabisabuelo mandaba callar al mío en el demesne de Obradoiro, según me contó papá. Siga Ud. así, que pa’ eso lo hemos escogido democráticamente en las urnas y no tenga Ud. apellido conocido, que digamos.

Quiero decirle que acá en casa ya todos estamos practicando su “¡Por qué no te callas!” en ritmo de muñeira, pa’ la siguiente ve’ que Ud. venga pa’ A Coruña. El Manolito –que este mé’ ya cumple sus doce año'- hasta se va’prendé una poesía pa’ dedicá’sela a Ud. y a la Reina Sofía, y lo que e' la Carmiña, mi mujé’, dice que se va’smerá con una olla de lancón con grelos, queimada y palometas fritas en adobo que van’estar (¡mire que no e’ vanidá’!) así como pa’ chuparse los dedos (lo que es un decí’ porque ya sé que los Reyes de España ni se chupan los dedos ni hacen la caca; el Papa sí, porque es alemán).

Por favor, déle mis saludos a la Reina, al buenote de Felipe que me cae tan guay, al Conde’e Marichalá’ a pesar de que se ha ido y me la ha dejado sola a l’Infanta y también a todos sus nietitos, que están muy majos.

Su sú’dito,

Manolo G.

04 noviembre, 2007

So Long Master, So Long...

Es una pena decirlo, pero habría que pensar en jubilar a ciertos escritores. No tengo nada en contra de los años, a decir verdad –especialmente desde que los vengo acumulando sin fin-, pero el hecho de hacer del escribir una profesión de toda la vida tal como podría haber sido -no sé…- el administrador de la agencia de correos de Sunampe, expone a que la necesidad (o mejor, anagramáticamente, sí la necedad) de las editoriales que giran cheques de adelanto a los escritores de sus feudos nos traigan cosas de tan pobre calidad como ésta de la que hoy me ocupo.

La tarde de este domingo, contrariando mi habitualidad miraflorina, después de tres años me he dado una vuelta por el Jockey Plaza. Después de almorzar unos ricos linguini con la family, entramos a la Librería Crisol, emporio del cual tengo siempre cercanas noticias gracias a Juan Carlos y a Augusto (mis recorridos por las librerías carecen de propósito: me he dado cuenta de que no hay modo a estas alturas de mi vida que mis exiguos conocimientos literarios se nutran más allá de lo que impone el mainstream, tanto así que dudé al preguntar por el libro de Bolaño si el nombre era “Los Detectives Salvajes” o “Los Detectilocos”… infiérase, pues, si no es una soberana raza que me mande encima a rajar de una novela). Pero a lo que iba... Entre que sonreía al ver que Vivi Lucía raudamente ponía una copia de “Lecciones De Origami” en la parte más visible del estante de “Narrativa Peruana” (habían colocado varias en los niveles más bajitos, sin que ello tenga que ver -por supuesto- con la extraordinaria calidad de la pluma de Effio, la cual se tarifa en S/.25 el ejemplar) vi amontonados, muchas copias de “Las Obras Infames de Pancho Marambio”, la última novela de Bryce (“¡Debe ser mejor que Effio!” -pensé- “¡Manya!... S/.39 el ejemplar”).

Yo soy hincha intransigente de Alfredo Bryce, pero sólo hasta “La Amigdalitis de Tarzán”, “Guía Triste de París”, de 1998 y 1999, respectivamente, y por ahí, hasta “Doce Cartas a Dos Amigos”. Ni “Entre La Soledad y El Amor”, “Permiso Para Vivir” y peor aún, “El Huerto de Mi Amada” hacen los que dos páginas de las andanzas y desventuras de un Pedro Carrillo, de Octavia de Cádiz o ya, de perdis, de un Manongo Sterne. Supongo que presenciar estos últimos diez años en la vida literaria de Bryce, amenizada con los temas de los plagios y marcada por un generalizado decaimiento personal, ha sido algo así como ver a Hugo Sotil jadeando sus resacas en el segundo tiempo de un ardoroso Espartanos versus Atlético Torino en el Campeonísimo de Talara. Ayer montañas, hoy sólo escombros, ¡qué pena! Pero tan igual que a la policía, a Bryce se le respeta, más aún si aparece en la contratapa con un bow tie de lo más mono. “Entonces… ¿compramos Charly Boy?”, me volví a decir. “Guantanamera un ratón.” -pensé- “A lo mejor más Tarzán, como dijo Jane.”. Fui a la sección “Narrativa Universal – Paperback” (es decir, más o menos como si un lego musical fuera a la sección donde se compran discos bamba de Yo-Yo Ma) porque supuse que “El Tercer Hombre”, “El Beso De La Mujer Araña” y “El Hombre Que Fue Jueves” -en promedio cada uno a S/.18- me demostrarían palmaria y chauvinistamente que Graham Greene, Manuel Puig y Gilbert Chesterton están todavía a largos S/. 7 de la calidad del autor de “Lecciones”, que es bien peruano y huancaíno, para más señas. “¿Y lo de Marambio, Charly Boy?”, dije otra vez, “Ahí está, mira, con su portadita verde, guiñándote el ojo…”. Y fue entonces que hice la de mi amigo Cachito Marimón (aquél que cuando recibía la botella de cerveza en plena rueda pateaba el suelo y con voz afeminada decía “¡Ay, qué cólera!”) y pensé “¡Ya, pe’ qué chucha!... démosle al queridísimo maestro Bryce el beneficio de la duda, porque –como solía decir otrora a distantes corresponsalas- siempre lo prometido es duda”. Chapé mi copia, me dirigí a la caja, pagué (treinta y nueve solzasos, debo repetir) y de allí a la Subaru para emprender la vuelta a casa.

Ahora mismo son las 9:30, algo así como una hora después de haber abandonado la infame obra llamada “Las Obras Infames de Pancho Marambio” (¡qué capo el buen Alfredo!: con la mayor concha del mundo se burla del lector desde el título), con la firme promesa de jamás volver a leer nada más de este horroroso esperpento –aclaro- justo en la página cuarenta (es decir, a razón de casi S/.1 por página). En una mélange digna de los últimos capítulos de “La Tía Julia y El Escribidor”, Bryce se arranca con una serie de situaciones inverosímiles que empiezan con un anacroniquísimo e impensable abogado limeño que se retira y se va a vivir a Barcelona, comprándose un departamento que va a remodelar un tal Marambio –integrante de la patota (sic) de cuarentones, solterones y todo lo que termine en ones, incluyendo, desde luego, huevones- y se arma la casa de mujeres malas una vez que el primero le deja pagado por adelantado el íntegro de la remodelación mientras se va de viaje por meses sin poder evitar el bad kharma de la familia, que es el alcoholismo que empiezan a acarrearle los whiskies dobles como Dios manda, cliché que usó exitosamente en obra previa pero que aquí, francamente, sabe a sebo recocinado, como todas y cada una de las situaciones que plantea la novela, por lo menos hasta donde dejé abandonada a su suerte a toda esa recua de personajes rebuscados, predecibles y tan faltos de humor. “¡Pucha, Charly!” -pensé- “A este paso, las aventuras de Agnes Pinzón en La Jolla –Sic-, San Diego, California podrían ser más que un best seller -o sea, un better seller- si alguna vez te animaras a pasar de la segunda página que tienes escrita…”. Sin pretensión, ni más, ni menos.

Más que por el dinero tan mal destinado, me he lamentado el no disponer–como lector- de alguna herramienta que me permitiera sugerir a mi novelista favorito que su mejor momento ha pasado (dichosos los poetas, digo, a los mejores entre éstos con las justas se les recuerda por dos o tres poesías y punto). Si dije acerca de que “Travesuras De Una Niña Mala” deja mal a un Mario Vargas queriendo contar cosas a lo Bryce (el de antes), seguramente es porque creo también que tampoco me gustaría verlo envejecer escribiendo tan mal como lo hace Alfredo en estos días. Una pena, otra vez. Y aunque dudo que la fama que va a preceder a este adefesio llegue a las habitualmente surtiditas Border’s de Mayagüez, o las librerías posh del Upper East Side o aquellas de Toronto, para que no se pelen tan malamente como yo, debo decirles con la más profunda seriedad que evidenciaría un Melcochita: “¡Naaaaa comprennnn...!”: tal vez suene duro decirlo, pero este libro no vale ni un sol la página...