28 enero, 2006

Por La Bajada De Miraflores, Hacia El Mar


En la charla cafetesco-literaria que sostuvimos la noche de ayer Hernán y yo con Jessica Rodríguez, destacada profesional del área editorial y muy agradable conversadora, surgió incidentalmente el recuerdo de una anécdota relacionada a Ciro Alegría Varona, himself (a estas alturas de la cuarentena, ya no cabe que se nos refiera como hijos de alguien, por prócer que el padre fuera), con quien compartimos las aulas de la secundaria en La Recoleta.
Se trataba de que hace algunos años (algo así como quince, ¡miéchica, qué rápido pasa el tiempo!), revisando entre papeles viejos di con el recorte de lo que fue una revista literaria que publicamos entre varios a la altura de IVº de Media, y en el que destacaba una poesía que Ciro había compuesto en esos días (by the way, desconozco si a la fecha Ciro sigue insistiendo con la poesía, pero para entonces tenía -en nuestra percepción- una proyección inmejorable). Recuerdo que leí una vez más el poema y me produjo la agradable sensación de repasar los días en que Ciro venía a Miraflores desde Camacho en su bicicletota sólo para ver a Anya, su enamorada (de entonces y de hoy, con bodas de plata ya logradas o a punto de tenerlas), de modo que ese placer me motivó a ubicar por la guía telefónica el teléfono de la casa familiar de Ciro y preguntar por él (algún día explicaré con detalle del por qué soy algo así como el hombre de los actos gratuitos).
Dio la feliz coincidencia de que Ciro se encontraba en Lima tomando vacaciones del curso de postgrado que seguía en Alemania. Desde luego, fue para él una sorpresa total no sólo que lo hubiera llamado por primera vez en tanto tiempo (luego de salir del Colegio perdimos absoluto contacto). Y bueno, como correspondía, lo que me tocó decirle fue un sincero gracias por haber hecho el poema del que hablo. Confundidísimo, me dijo un risueño y textual: 'Oye... de nada. ¡Lo digo en serio!: de nada, Carlos.' (por supuesto, no tenía ni la más peregrina idea acerca de qué poema le estaba yo hablando). En fin. La satisfacción era íntegramente mía, casualmente porque el tiempo recién me había dado la posibilidad de mirar la poesía con otros ojos.
El poema, el cual muestro más abajito, a ojos adultos puede parecer naïve, propio de los dieciséis años. Pero, en medio de tanto y tanto mundo, ¿a quién no le provocaría volver a tener dieciséis y pedalear al mar, sin frenos?...
Helo aquí:
En Bicicleta (Ciro Alegría Varona - Lima, 1961)

Al mar me voy, cantando en bicicleta,
Mi ancha camisa blanca de viento se agiganta,
Soy un velero en tierra con las velas hinchadas,
Mi cuerpo grita espuma y alegre pedalea,
Frenético hacia nunca... hacia ningún lugar...
Quiero soltar mis brazos, mis manos de banderas
Abrirme sin pensarlo, adolescente en gritos,
¡Al mar en bicicleta!... ¡bajar al mar! ... ¡sin frenos!...
Mi corazón girando de amor como sus rayos.

23 enero, 2006

It's A Small World, Indeed


"It's a small world after all
It's a small world after all
It's a small world after all
It's a small, small world..."

(La musiquita con la que abre Disneylandia y que también se oye en todo reloj despertador bamba o made in China)

Desde la segunda mitad del siglo pasado, científicos del M.I.T. intentaron desarrollar sin aparente éxito un modelo de estimación probabilística que explicara con el rigor matemático el asunto del 'Small World' o 'Six Degrees Of Separation' que es, más o menos, el que postula que cualquier ser humano (al menos en la teoría) estaría en real posibilidad de contactar a cualquier otro -meaning realmente cualquiera, fuere desde Tadzhikstán, Burma, Botswana o Yurimaguas- mediante seis conexiones o contactos (o sea, aquello recogido en la sabiduría de las tías todas las edades cuando se expresan con un "¡Mira tú... qué chico es el mundo...!").
En 1996, la Facultad de Ciencias de Computación de la Universidad de Virginia, estableció un website (premiado entre los diez mejores de ese año) llamado 'El Oráculo Bacon', en el que la idea se ilustra mejor, tomando como referencia al regularmente prolífico actor Kevin Bacon (sesenta películas en su haber). En tal sentido, usando la muy completa base de datos de IMDB, la idea es aproximar el número de coprotagonistas que cualquier actor de cine requeriría para llegar hasta Kevin Bacon. Por ejemplo, Brad Pitt tiene un número Bacon igual a 1, dado que ambos actuaron juntos en la película 'Sleepers' (1996); Woody Allen y Kris Kristofferson, ambos tienen un número 2, y así por el estilo. Lo increíble, de acuerdo con esta página web es que apenas unos noventa actores o actrices ¡de una base de setecientos cuarenta mil! tendrían un número Bacon mayor a seis. Al parecer, la relativamente breve historia del cine permite que aún no exista limitación generacional, de modo que no extraña que Chaplin, Keaton o la Dietrich tengan números de 3, 2 y 2, increíblemente. De igual modo, la abundante presencia cinematográfica de celebrados peseteros (como Eli Walach, por ejemplo) posibilitan que Wayne, Sinatra y Lugosi tengan números 2, 2 y 3, respectivamente. Nadie vinculado al cine debería escaparse, así que decidí probar con nuestra amiga y actriz Kareen Spano (incluida en la IMDB como Karen Spano). El resultado, un 4 (eso gracias a que, al parecer, Paco Varela viene a ser algo así como el Eli Wallach respecto de los actores peruanos).
Invito a probar el site y a verificar los números Bacon del artista que se desee. Personalmente, y tratando de encontrar al menos un número 5, hice la prueba con actores de lo más inverosímiles: Theodore Roosevelt (¡3!), Henry Ford (¡3!), Gaspar Henaine 'Capulina' (¡3!), Santo 'El Enmascarado de Plata' (¡3!... igual que John Wayne), Deborah Kerr (2), Louis De Funès (¡apenas un 2!). Hasta probé con Carlos 'Machín' Alcántara (3, en cuyo caso, sospecho que Johanna San Miguel tendría un 4), ... En fin, entretenidísimo.

Incuestionablemente, después de la experiencia habremos de concordar con las tías con eso de que sí, el mundo es un pañuelo.

21 enero, 2006

Del Sencillo Arte De Escribir Cartas (Que No Ha Muerto, Ni Seguirá Muriendo)


Lima, 21 de Enero de 2006.

Mi Muy Querido y Estimado Corresponsal:

Quiero contarle que alguna vez estuve dieciséis horas con una página en blanco delante de mis ojos, sin atinar a escribir absolutamente nada… A decir verdad, ni era página, ni era blanca. En esos lejanos tiempos escribía una aburridísima tesis, y la página (azul) era la del televisor Sony cuyas imágenes manipulaba el manejador de textos de una incipiente Atari. En esos días, yo estaba acabando con la lectura de 'El Amor En Los Tiempos de Cólera' y estaba fascinado con la determinación de Florentino Ariza para evidenciar su invencible amor hacia Fermina Daza a través de toneladas de sufridas cartas (por cierto, me apenaba sobremanera que, un poco más, y las escribiera con tinta hecha de vómitos fragantes, como la vez en que se bebió un frasco de agua de colonia sólo para enterarse a qué sabía emborracharse de la mujer amada). Empecé a identificarme más con el personaje cuando leí aquello de que un ya envejecido Florentino se permitiera escribir algunas de sus singulares cartas a la viudísima Fermina en una máquina de escribir (descontando que lo hiciera más como un signo de distinción y mucho antes de que ello constituyera una falta de cortesía).

Le cuento que renegué del absurdo de no haber podido escribir ni una línea seria en todas esas dieciséis horas (supuestamente, aquellas de mi tesis… Es más, le cuento que, fuera de de una irónica respuesta a un anónimo que alguna vez recibí, casi me podría preciar de haber jamás escrito una línea en serio), y al mismo tiempo me fasciné pensando en la posibilidad de escribir cartas personales en un procesador: cartas con textura, con la mejor ortografía posible, con los márgenes de los párrafos debidamente alineados, máxime habiendo entendido que el avance de los años iba obrando tan malamente sobre mi caligrafía. Desde entonces he escrito muchas cartas (como ésta que hoy le remito) las que, con toda seguridad, he disfrutado escribiendo más que el personaje de Fernanda Montenegro en la celebrada ‘Central Do Brasil’ (aquella mujer que escribía cartas pagadas para absolutos desconocidos).

Pongo en su conocimiento que disiento de quienes piensan que el e-mail -esta especie de fast food epistolar- esté matando el arte de escribir cartas. Como Ud. sabe, lo más importante de una carta es el contenido y no el continente, fuere éste la propia piel de un náufrago, la señal de humo de un indio hoppi o el escueto y agilito tecleo de un SMS (es como postular que una carta no es una carta sólo porque no empieza como la presente, con un ‘Mi Muy Querido y Estimado Corresponsal’ y termina con un ‘De Ud. Seguro Servidor’). No. La idea es y seguirá siendo la de transmitir, en una codificación entendible (las más de las veces sólo) por los corresponsales, trozos de aquello que al otro no resulte evidente o, más pretenciosamente, trozos de la propia vida. Se entiende aquí que hay un carácter coloquial y excluyente (de práctica jerga de-a-dos, de a tres, o a veces de ménage-à-quattre) en el que decantan la mayoría de correspondencias que tienden a ser permanentes (espero sea el caso de ésta, la que nos ocupa a Ud. y a mí); por ello -supongo- algunas recopilaciones epistolares se vuelven sosas y herméticas a los ojos de lectores extraños, pues éstos son incapaces de conjeturar sobre la densa vastedad de las entrelíneas que contienen. Estoy más inclinado a pensar que una carta (me refiero a las cartas más íntimas, no a las serias) es un gesto único, irrepetible, ininteligible para nadie que no fuere corresponsal de ella (salvo -claro está- que Bryce le regale a uno la ingeniosa posibilidad de meterse en los personajes de Juan Manuel Carpio o Fernanda María del Monte Montes, en su ‘Amigdalitis de Tarzán’, ¿no le parece?)

Entonces, luego de tanta palabrería (como ve, soy fiel seguidor de mi propio estilo), lo que en realidad quería compartir con Ud. es el deseo de que el arte de escribir cartas nunca muera, querido corresponsal. De ello ocurrir, y verme privado de continuar poniéndole al tanto de mis avatares, cuitas y mis más profundos sueños, así como de conocer los suyos, quiero que sepa que aún podremos contar con el incomparable placer de la mutua relectura, pues aún en medio de la rebuscada textura y pretenciosamente buena ortografía que nos obsequian hoy los procesadores de textos, estoy seguro que sabremos encontrar la feliz enormidad de nuestras propias entrelíneas, las cuales son, como Ud. bien sabe, las mejores líneas que nos habremos podido escribir jamás.

De Ud. Atento Servidor,

Carlos Barrientos.

19 enero, 2006

Daguerrotipo II (Temerario y Lúbrico, a Pedido de la Hinchada)

Con todo cariño, para Normita Tinoco, del cuarto ciclo 'B' de Belleza y Cosmetología de Cenecape Miguel Grau, por gastar su Sol cada día en repasar 'El Otro Metrónomo' y por saber apreciar lo celestial que hay en todas mis camisas (celestes).

(Aquí, con Papá Noel, Dr. Javier Pérez Rodríguez, en el cincuentenario de Ricardo).

Wilson Pickett ( + 19.Ene.06)


En honor al propósito que define a este rincón literario-musical, recabo la noticia del fallecimiento de Wilson Pickett (Prattville, Alabama, 1941 - Reston, Virginia, 2006), víctima de un síncope cardíaco. Pickett fue conocido por varios hits del R&B como 'In The Midnight Hour', 'Land Of Thousand Dances' y muy especialmente por su versión de la clásica 'Mustang Sally', tema citado en uno de mis previos posts ('No Sé Si Te fijaste En La Marca...'). Encumbrado al Salón de la Fama del Rock & Roll en 1991, Pickett pasó sus últimos años en práctica mudez musical. Alguna vez dijo de sí mismo: "De no estar en el espectáculo, no sé qué sería... a lo mejor un vagabundo...".
(Suerte allá, Wilson, y si ves a Sally, ¡dile un piropo en mi nombre!)

Hablando de Jitanjáforas

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (versión online) define de un modo algo imperfecto a una jitanjáfora como el 'enunciado carente de sentido que pretende conseguir resultados eufónicos', añadiendo que es 'palabra inventada por el humanista mexicano Alfonso Reyes, (1889-1959)'.
Dejo a sus ojos las siguientes jitanjáforas: la primera, de nuestro recordado y genial Sofocleto, publicada -as far as Google knows- por primera vez en la red (del mismo modo de aquella traducción del "If " de Kipling, de la que hablé aquí mismo, en un posteo previo, 'Traduttore Non Traditore'); la segunda es de un devoto seguidor otrognóstico (de acuerdo con la versión de Augusto), el argentino Oliverio Girondo.
¿Carentes de sentido, se dijo?. Nonsense!... helas aquí, in all their splendour:
La Jitanjáfora (Luis Felipe Angell de Lama, Sofocleto, 1926 - 2005)
El amelio birlón de la kantriga
Fursa la entrocación con bleco gardo
Mientras grume el tardín su microlardo
Bajo la estefa lopra de la piga.
Asumo el cobalón ferco de horriga,
Voy faribando mi mandricunardo,
Porque sé que el espurmo llega ocardo
Cuando la frubatula se afoliga.
¿Quién bruna la escáfila niloforme
Bajo crísporas, línfulas y alumas
Que infibran de alatruz el alto borme?
Nadie... Sé que estoy nárvulo y moguno.
Lejos de la escalindra y las glafumas
Pero cerca del clinfo en que me escuno.
Mi Lumía (Oliverio Girondo, 1891 - 1967)
Mi lumía
Mi lu
Mi lubidulia
Mi golocidalove
Mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
Y descentratelura
Y venusafrodea
Y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
Con sus melimeleos
Sus eropsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y gormullos
Mi lu
Mi luar
Mi mito
Domonoave dea rosa
Mi pez hada
Mi luvisita nimia
Mi lubísnea
Mi lu más lar
Más lampo
Mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
Mi lubella lusola
Mi total lu plevida
Mi toda lu
Lumía

14 enero, 2006

La Otra Voz: A Julio Tijero Caso, In Memorian


Julio Tijero fue celebridad en Lima desde los años cincuenta, con toda seguridad aún desde antes que Ava Gardner (‘El Animal Más Bello del Mundo’) lo raptara hacia el glamoroso Hollywood. Ava estaba en gira de promoción de su ‘The Barefoot Contessa’ cuando recaló en la boite ‘Negro Negro’, concurrido punto de encuentro del entonces timidón jet-set limeño. Julio contaba, sin atisbo de pavoneo, que desde que Ava lo vio entrar con sus viriles y morenos diecinueve años, quiso meterle cabe. Más sonriente aún, gustaba contar que por esos días Ava estaba aún casada con Frank Sinatra y que la razón de que cambiara al blue-eyed por él había sido, según decía Julio, por la voz.

En la época en que la firma para la cual trabajo estaba instalada en Lince, salíamos a almorzar con Julio con bastante frecuencia, variando entre los menús ejecutivos que ofrecían el Rovegno o la impecable cartita del Hostal Regina, ambos ubicados al final de la Av. Dos de Mayo, en San Isidro. Los comensales regulares éramos mi compadre Alfredo Delgado, Alfredo –‘Papi’, mi hermano-, Julio y yo. Apenas servidas las entradas, Julio empezaba con alguna historia de su vida, casi siempre acicateado por los teledirigidos comentarios de ‘Papi’. Narrarlas todas y cada una insumiría seguramente, cientos y cientos de páginas, y con toda certeza, serían todas de muy placentera lectura (dependiendo, claro está, de la calidad del narrador… una vez le pregunté si le gustaría que un aspirante a escritor como yo pusiera en papel la enormidad de acontecimientos que le habían tocado en suerte atestiguar: con mirada comprensiva, risueñamente declinó, añadiendo que había un reportero italiano que tenía muchas horas de sus grabaciones y que pronto, quizás, publicaría su celebrada vida de playboy).

La vida de Julio fue la propia de los empedernidos mujeriegos (contaba sus conquistas, literalmente, por millares), y su paso por los vicios más extremos probablemente fue consecuencia de la existencia hedonista que sólo conocen los bonvivants. Dios mediante, hacia finales de su vida reencaminó sus pasos y gracias a la presencia de algunos buenos amigos, llegó a conocer las pequeñas delicias de la vida en familia (reconozco en Alfredo Delgado el mayor de estos méritos para con El Viejo). Julio sólo se había casado una vez, con la que fuera precoz actriz Margaret O´Brien (‘Meet Me In St. Louis’); hasta donde nos confió, Julio no tuvo hijos.

Un mediodía, tras haber estado con ‘Papi’ buceando en la web a fin de coger a Julio en alguna falacia sobre sus anécdotas, manipulamos una hoja referida a la película ‘Around The World In Eighty Days’ (con David Niven y Cantiflas, entre muchos otros) e incluimos un texto con su nombre como parte del elenco. La imprimimos y se la mostramos a Julio tras el almuerzo. Él la tomo, la miró con detenimiento incrédulo y con esa sonrisa monumental que tan bien impostaba nos dijo, jubiloso y a voz en cuello: “¿Ya ven, que no había sido mentira todo lo que les he venido contando?...”. Después de eso, no tuvimos el valor para desilusionarlo (total… de modo similar a lo que se dice de la belleza, la verdad también debe estar alojada en los oídos de los oyentes).

Varios recurrentes males respiratorios minaron su salud paulatinamente, dejándonos de a pocos sin las entrañables charlas con Julio. La última vez que hablé con él -hacia Agosto del año pasado- su voz se había reducido a un seseo débil y esforzado. En cada ocasión que hablábamos con él yo lo imitaba, intentando replicar el grueso timbre de parlante roto; aquella vez no fue la excepción: imprimiendo la mayor fuerza que pude, le dije ‘Hello, Julio, this is your mirror!’. ‘Carlitos.. -me dijo, casi en un susurro- ¡ahora tienes mejor voz que la mía..!’. Apenas algunas semanas después recibí la escueta llamada de mi compadre Alfredo, quien me dijo quedamente: ‘Cumpa… El Viejo nos ha dejado…’.

Sí y no, querido cumpa, sí y no. Hoy me he dado con una muy grata sorpresa. Esta vez, y sin hueveo, he verificado que la Intl. Movie DataBase ha incorporado (como para que nadie se atreva siquiera a intentar desmentirlo) a Julio Tijero como parte del elenco de ‘Around The World In Eighty Days’. Que aparezca en los créditos, ‘Papi’, Alfredo, sería lo de menos… Como un mérito que se tenía ganado desde hace mucho, el que hoy El Viejo esté contando en el cielo frondosas anécdotas a sus muy buenos amigos (Sammy Davis Jr., Robert Mitchum, John Wayne, acaso nuevamente entre Frank y la propia Ava, y a partir de hoy, también a Shelley Winters) no viene a ser sino el haber regresado a vivir donde siempre supo hacerlo: entre las estrellas.

¡A tu salud, querido Julio!

13 enero, 2006

Morelliana (Capítulo CXXVII de "Mundo", Falaz Versión Peruana de "Rayuela")

De acuerdo con los psicólogos Richard Davidson, de la Universidad de Winsconsin, y Andrew Tomarken, de la Universidad de Vanderbilt ("Frontal Brain Activation in Repressors ans Nonrepressors", Journal of Abnormal Psychology, 103, 1994), las dos dimensiones del temperamento -en un extremo, el entusiasmo u optimismo, y en otro, la melancolía o pesimismo- parecen estar relacionadas con la actividad de las áreas prefrontales del cerebro emocional vinculadas a las zonas derecha e izquierda, respectivamente. Como resultado de ello, las personas que tienen una actividad mayor en el lóbulo frontal izquierdo, comparada con el derecho, son de temperamento alegre; por el contrario, aquellas que desarrollan una actividad relativamente mayor con el costado derecho son propensas a la negatividad y al mal humor.

A partir de estos postulados, estudios llevados a cabo por la Universidad de Galicia en A Coruña desde 1998, permitieron determinar la siguiente recomendación para el alivio del monday blues y todo otro pesimismo liviano: introducir tres gotas de agua de mar en el pabellón auricular izquierdo del individuo hasta que la molestia o sensación de oído taponeado sea perceptible; ocurrido eso, bastará dar algunos cuantos saltitos sobre el pie izquierdo ladeando la cabeza hacia el mismo lado: ello no solamente destaponará el pabellón del agua, sino que, por sencillo efecto de la gravedad, la actividad del área prefrontal derecha se trasladará hacia el área prefrontal izquierda, eliminando todo atisbo de negatividad y alarma, rescatando la sociabilidad, el optimismo y la tolerancia (Ps. Manolo García et alter, "¡Me Cago En Los Lunes!", Revista Psicológica de la Sociedad Investigadora de la Inteligencia de A Coruña, Año XVII, Nº 10).

02 enero, 2006

'Panadero Díaz' vs. Mad Max En La Cúpula Del Trueno: A Propósito de 'El Inventario De Las Naves', De Alexis Iparraguirre.



Fiel a mi tradición de mal lector y peor comentarista, me permito formular -con la zurda arriba y a la altura del pecho, al mejor estilo del 'Panadero'- una escueta mención sobre el libro en mención, 'El Inventario de Las Naves' de Alexis Iparraguirre (Fondo Editorial PUCP, 2005): si el libro se hubiera dejado conducir por un editor imparcial (alterando tal vez el orden de presentación de los cuentos, omitiendo otros y cambiando uno que otro título y sustituyendo uno que otro adjetivo), si las dedicatorias de narraciones que, surgidas de algo así como un eructo después de haber engullido Mad Max III y los clips de Synchronicity de The Police, fueran algo más pertinentes (digo, jamás se me ocurriría dedicar a nadie que no fuera un enemigo alguno de estos relatos, de aires tan pringosos y fétidos) y si el ancho de las páginas no tuviera el horroroso formato que la editorial de la PUCP le ha endilgado (reincidiendo en el libro inasible de ancho de página de lectura incomodísima, también con el más reciente 'Protocolo Rorscharch' de Pedro Llosa), sería un extraordinario libro de cuentos.

Visto en mi perspectiva, el relato central 'El Inventario De Las Naves' es realmente notable, a pesar de la aparente simpleza de su trama y de la adefesiera mención a una personaje conocida. En el escalón siguiente van 'Hombre En El Espejo', 'Orestes', 'Proximidad Del Huracán' y luego 'Sábado', pese a que es el que descalabra algo el buen orden de los cuentos (merece estar en otro lugar del libro, dadas las licencias enormes que el autor se toma). Absolutamente prescindibles 'El Francotirador' y 'La Hermandad y La Luna'. Salvo mejor parecer, claro...
Otronó... ¿es mi idea o son varios los autores peruanos de la generación de Iparraguirre que tienen fijaciones con los huracanes y las playas?. A lo mejor una vueltita por el Caribe en Octubre o Noviembre les quita la eolofobia (existe la palabra, ¿no?)

Con mis más cordiales saludos,
Carlos 'Panadero' Barrientos